I.
El cristiano jamás debe detenerse en el camino de la virtud; debe, hasta el fin
de su vida, aspirar a una santidad más alta. Por santo que seas, todavía te
falta mucho camino para andar antes de alcanzar la cumbre de la perfección.
Hojea la vida de los santos, verás cuán alejado estás tú de su santidad. ¡Cuántas pasiones en ti aún no mortificadas! ¡Cuántos
deseos desordenados! ¿Amas tú la humillación y el dolor tan apasionadamente
como aman los mundanos la gloria y los placeres? ¡Cuántas imperfecciones tienes
tú de las que aún debes deshacerte! Trabaja, tienes con esto bastante
ocupación para toda tu vida.
II.
Ten cuidado de no extraviarte en el camino que eliges para llegar a la
perfección. En vano caminas a grandes pasos si te
alejas del sendero recto. Si no haces la voluntad de Dios, nada mereces, hagas
lo que hagas. Debes consultar a tu confesor sobre lo que tienes que hacer para
agradar a Dios; de otro modo caminarás a grandes pasos fuera de la ruta
verdadera.
III. ¿No te relajas? ¿Nada
has disminuido de tus mortificaciones y de tus ejercicios espirituales?
Si tú conciencia te reprocha alguna negligencia, ten cuidado, estás en peligro.
¿Por qué no sirves a Dios con tanta fidelidad como
antes? ¿Acaso Dios es menos amable que cuando lo amabas con todo tu corazón?
¿Qué ha hecho el demonio
para merecer que partas con él ese corazón que habías dado sin reserva al
Señor? Vamos, pues, despierta tu antiguo fervor; exclama con el Rey
Profeta: Ahora comienzo. Este comienzo es
obra de la diestra del Omnipotente. Sí, es obra
vuestra, Dios mío; consumadla, dadme la fuerza de perseverar.
Respetad
al sacerdote. Orad por los que tienen cura de almas
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