I.
San Martín de Tours tenía tan grande respeto por Dios, que
no quería sentarse en las iglesias. A los que lo instaban a que lo hiciera,
respondía que había que temblar en presencia de su Juez. ¿Con qué respeto y con qué modestia te mantienes tú en
las iglesias? Jesucristo está allí en el
adorable Sacramento del Altar; está en el tabernáculo para escuchar tus
plegarias, para escuchar tus pedidos y no
para ser espectador de tus inmodestias o de tus impiedades.
II.
El medio ordinario de que se servía San Martín de Tours para lograr éxito en sus empresas era
dirigirse a Dios, implorar su ayuda mediante la oración, el ayuno y otras
austeridades. ¿Quieres tú tener éxito en todos tus
proyectos? Recomiéndalos a Dios, haz algunas obras de piedad, ora,
ayuna, da limosnas: es el medio para tocar el corazón de Dios y obligarlo a
escuchar tus pedidos. Ensaya este secreto y no fíes
tanto en tu prudencia.
III.
San Martín de Tours, llegado a la hora de la muerte, oraba
con tanto ardor como si estuviera gozando de plena salud; estaba acostado en
tierra sobre ceniza y cubierto de un cilicio. Es
preciso –decía– que un soldado muera con las armas en la mano. Con todo,
el demonio se acercó para tentarlo, pero en vano; concluyamos de aquí que es
menester combatir toda nuestra vida y hasta en la hora de la muerte. La penitencia y la oración son las armas que nos darán la
victoria; sirvámonos de ellas hasta nuestros últimos momentos, porque solamente
la perseverancia obtiene la corona. Todas
las virtudes luchan por la recompensa; sólo la perseverancia es coronada (Pedro de Blois).
Practicad la caridad. Orad
por los pobres
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