Estas oraciones están tomadas
de la parte final de un libro: “Preparación para la
muerte” de San Alfonso María de Ligorio publicada por la “Biblioteca del Apostolado de la Prensa” – año 1914) pero no pertenecen al Santo, sino a una
joven protestante convertida al catolicismo. Es una bella y muy edificante
oración. Yo diría casi una poesía. Esta oración la tome del libro físico de mi
biblioteca personal, libro que luego se la regale a un buen sacerdote, ya hace
varios años.
† † †
Compuso estas preces
una joven protestante que se convirtió a nuestra Religión católica a los quince
años de edad, y murió a los dieciocho en olor de santidad. Pío VII y León
XII concedieron cien días de indulgencia por cada día que se recen dichas
oraciones, y una plenaria si se rezan diariamente durante un mes, todas
aplicables a las almas del purgatorio. — (N. del T.)
† † †
Jesús, Señor, Dios de bondad, Padre de
misericordia, me presento delante de Vos con el corazón contrito, humillado y
confuso, encomendándoos mi última hora y la suerte que después de ella me
espera.
Cuando mis pies, perdiendo el movimiento, me
adviertan que mi carrera en este mundo está ya para acabarse,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis manos trémulas y torpes no puedan
ya estrechar el crucifijo, y a pesar mío le dejen caer en el lecho de mi dolor,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis ojos, apagados y amortecidos por
el dolor de la muerte cercana, fijen en Vos miradas lánguidas y moribundas,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis labios fríos y balbucientes
pronuncien por última vez vuestro santísimo Nombre,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi cara pálida y amoratada cause ya
lástima y terror a los circunstantes, y los cabellos de mi cabeza, bañados del
sudor de la muerte, anuncien que está próximo mi fin,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para
siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír de Vos la
irrevocable sentencia que determine mi suerte por toda la eternidad,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi imaginación, agitada de espantosos
fantasmas, se vea sumergida en mortales congojas, y mi espíritu, perturbado del
temor de vuestra justicia, a la vista de mis iniquidades luche contra el
enemigo infernal que quisiera quitarme la esperanza en vuestra misericordia y
precipitarme en el abismo de la desesperación,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi corazón débil, oprimido por el
dolor de la, enfermedad, esté sobrecogido del dolor de la muerte, fatigado y
rendido por los esfuerzos que haya hecho contra los enemigos de mi salvación,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando derrame las últimas lágrimas,
síntomas de mi destrucción, recibidlas, Señor, como sacrificio expiatorio para
que muera víctima de penitencia, y en aquel momento terrible,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis parientes y amigos, juntos alrededor
de mí, lloren al verme en el último trance y os rueguen por mi alma,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando perdido el uso de los sentidos
desaparezca de mí toda impresión del mundo, y gima entre las postreras agonías
y congojas de la muerte,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mis últimos suspiros muevan a mi alma
a salir del cuerpo, recibidlos como señales de mis santos deseos de llegar a
Vos, y en aquel instante,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.
Cuando mi alma se
aparte para siempre de este mundo y salga de mi cuerpo, dejándole pálido, frío
y sin vida, aceptad la destrucción de él como un tributo que desde ahora
ofrezco a vuestra divina Majestad, y en aquella hora,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
En fin, cuando mi alma comparezca ante Vos y
vea por vez primera el esplendor inmortal de vuestra soberana Majestad, no la
arrojéis de vuestra presencia, sino dignaos recibirla en el seno amoroso de
vuestra misericordia a fin de que cante eternamente vuestras alabanzas,
Jesús
misericordioso, tened compasión de mí.
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