I.
Hay que sufrir con paciencia y sin murmuración lo que no puede evitarse; soporta,
pues, con resignación el frío, el calor y todas las molestias de las
estaciones. Estas incomodidades te son comunes con todos los hombres;
sopórtalas, pero de manera que no sea común; recíbelas en expiación de los
pecados que has cometido; esto disminuirá proporcionalmente lo que debes sufrir
en el purgatorio y embellecerá tu corona en el cielo. ¿Tú, que has merecido el infierno con tus crímenes, te
atreves a quejarte del frío del invierno y de los calores del verano? Cesará de quejarse
quien comprenda que merece los sufrimientos que lo afligen (San Cipriano).
II. Tú
soportas estas incomodidades sin murmurar, cuando hay algún provecho que
obtener, algún honor que esperar. ¿Acaso el
mercader, el soldado, el agricultor, no menosprecian las borrascas, las
tempestades y el rigor de las estaciones cuando se trata de sus intereses? ¿Por ventura
tantos hombres virtuosos como hay que sufren por amor de Jesucristo, no tienen
un cuerpo como el tuyo? Acostúmbrate,
como ellos, al sufrimiento.
III. Jesucristo
se expuso a todos estos tormentos por amor nuestro; míralo en el pesebre, en
Egipto, en sus viajes, en la cruz; por todas partes se expuso a los rigores de
las estaciones. Su cuerpo, que estaba unido a la divinidad, hubiera podido,
milagrosamente, hacerse impasible, pero Jesús no lo quiso,
¡Y tú quisieras cambiar el orden de las estaciones y las
leyes de la naturaleza para no tener nada que te aflija! ¡El Hijo de Dios ha sufrido para hacer de nosotros hijos
de Dios, y el hijo del hombre nada quiere sufrir para continuar siendo hijo de
Dios! (San Cipriano).
Practicad la paciencia
ante las inclemencias del tiempo, evita las quejas y murmuraciones.
Orad por los pobres.
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