El apostólico obispo de
Rávena y fortísimo mártir de Cristo San Apolinar, fue uno de los discípulos que el apóstol San Pedro trajo
consigo, cuando trasladó su cátedra de Antioquía a Roma. Consagróle obispo el mismo
príncipe de los apóstoles y le envió a Rávena para que allí predicase el santo
Evangelio.
En llegando Apolinar
cerca de aquella ciudad, fué acogido por un militar llamado Treneo, que tenía un hijo ciego, al cual el santo pontífice restituyó
la vista. Por este milagro Treneo y toda su casa creyeron en Cristo y fueron
bautizados.
Supo luego este
prodigio el tribuno de aquel soldado, y rogó al santo que viniese y sanase su
mujer llamada Tecla, que estaba sin esperanza de vida, a la cual Apolinar tomó de
la mano, y le dijo: “Levántate sana en
nombre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, y cree en él, y entiende que no hay
cosa semejante a él en el cielo ni en la tierra”. Y luego se levantó sana la mujer, con lo cual ella, su marido el tribuno y todos los de su familia se convirtieron.
Doce años se
ocupó el santo en predicar la doctrina del cielo en Rávena, y en
administrar a los fíeles los santos sacramentos,
instituyendo algunos clérigos que le ayudasen; y
como ya creciese el número de los cristianos, Saturnino, gobernador de la ciudad, le mandó llamar, y le examinó delante
de los sacerdotes de los ídolos, los cuales alborotaron al pueblo y maltrataron
y apalearon al santo, hasta dejarlo medio muerto. Mas
los cristianos le tomaron y escondieron en casa de una buena viuda
cristiana y allí le curaron.
Toda la
vida de este apostólico varón fué una cadena de milagros y persecuciones. Restituyó
el habla a un caballero principal llamado Bonifacio, el cual
se convirtió con quinientas personas; y los gentiles le
hicieron pasar sobre las brasas con los pies descalzos, y visto que no recibía
lesión de fuego, le echaron como a nigromántico de la ciudad.
En la provincia de
Emilia resucitó a una difunta, hija de un caballero patricio llamado Rufo; y el
juez Mesalino le mandó atormentar en
el ecúleo y echar agua hirviendo sobre las llagas. En la región de Misia sanó un hombre muy
principal que estaba cubierto de lepra, y en Tracia
hizo enmudecer el oráculo del templo Serapis, y los gentiles, después de
haber maltratado bárbaramente al santo les desterraron a Italia. Volviendo a Rávena, los idólatras le amenazaron con la
muerte si no sacrificaba al dios Apolo, y por la oración del santo, el simulacro cayó hecho
pedazos con grande alegría de los cristianos y rabia de los gentiles, los
cuales le hirieron gravemente junto a la puerta de la ciudad.
Finalmente, después
de estos malos tratamientos vivió aún siete días en una casa donde se recogían
los leprosos y allí dio su espíritu al Señor.
Reflexión:
Tal fué la vida apostólica de san Apolinar, el cual se sacrificó como hostia viva
del Señor, con un martirio prolijo de veintinueve años. Guárdense, pues, los enemigos de nuestra santísima fe de blasfemar
diciendo que la religión cristiana es un negocio de ambición y sórdida codicia,
porque al exagerar algunos defectos humanos que no podían faltar en una sociedad
que no es de ángeles sino de hombres, vituperan calumniosamente al Hijo de Dios
que la fundó, y a sus santísimos apóstoles y discípulos, y a todos los santos
de la verdadera Iglesia de Dios.
Oración: Oh Dios, remunerador
de las almas fieles, que consagraste este día con el martirio de tu sacerdote,
el bienaventurado Apolinar, suplicámoste nos concedas a nosotros tus humildes
siervos, el perdón de nuestras culpas por los ruegos de aquél, cuya venerable
solemnidad celebramos v. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
“FLOS
SANCTORVM”
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