I.
El sacrificio es un acto sumamente agradable a Dios, porque es un homenaje
tributado a su absoluto dominio sobre todas las creaturas. Ofrece a Dios en
sacrificio tu cuerpo; inmólale todos los placeres de tus sentidos. Abstente no
sólo de los placeres ilícitos, sino también de los que te están permitidos.
Acostúmbrate a mortificarte en las ocasiones pequeñas, y no te costará hacerlo
en las grandes. Dios mío, os sacrifico todos mis
placeres y deposito mi ofrenda al pie de vuestra cruz.
II. Sacrifica
a Dios tu corazón, porque a Dios agrada el sacrificio de un corazón contrito y
humillado. Que tu corazón no tenga amor sino por Dios, que no desee sino su
gloria, que no anhele sino su cruz, que no suspire sino por el cielo. Alma mía,
no ignoras que todas las creaturas son incapaces de contentar tus deseos: no
serás feliz sino cuando seas toda de Dios. Dios
mío, Vos no despreciáis el sacrificio de un corazón contrito y humillado
(Salmista).
III.
A fin de que tu sacrificio sea completo, ofrece a Dios tu propia voluntad: ella
es la fuente de todos tus males. Reprímela, pues, quebrántala en toda
coyuntura: la victoria más gloriosa que puedes obtener es la de vencerte a ti
mismo. Que la voluntad del Señor y la de los que te mandan en su nombre sea la
regla única y soberana de tu conducta. Dios mío, aceptad mi sacrificio; quiero
que mi voluntad esté en un todo conforme con la vuestra. Que la propia voluntad desaparezca, y ya no habrá
infierno (San Bernardo).
Practicad la abnegación de sí mismo. Orad
por los sacerdotes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.