I.
Dios permite a veces que los santos sean privados de todas las consolaciones
espirituales. En este triste estado todo los apena: la penitencia les es
insoportable, la oración les da tedio, la lectura espiritual y las prácticas de
devoción les son fastidiosas. No te asombres de encontrarte en este estado: ¿acaso el Señor no fue abrumado de tristeza en el huerto
de los Olivos? ¿No se quejaba, en la cruz, de que su Padre lo había abandonado?
Por
esa falta de gusto no interrumpas tus ejercicios de devoción; si los haces con
menos satisfacción, los harás con más mérito.
II.
Dios permite que caigas en este estado de desolación para castigarte por tu
tibieza o por algunas faltas leves que has cometido. Tal vez sea la causa tu
negligencia en no prepararte para la oración como es debido. Dios quiere
hacerte conocer que la devoción sensible es un don: te
la concede cuando a Él le place, la retira para humillarte cuando lo juzga
oportuno. Pero, sin tanto examinar por qué Dios te trata de tal suerte,
saca provecho de ese estado, ten paciencia y redobla el fervor. Si el Esposo se esconde, es para
que lo busques con más afán.
III.
Examina seriamente qué motivo has dado a Dios para que se retire, e implora su
perdón. Reconoce que eres indigno de sus mercedes y
que ya eres demasiado feliz con poder servirlo gimiendo en esta vida; no es en
este mundo donde Dios recompensa a los elegidos. Dile, sin embargo: Señor que sois todo mi gozo, ¿Por qué me ocultáis vuestra
divina faz? ¿Dónde estáis? ¿Dónde os encontraré yo, mi divino Esposo? (San Agustín).
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