viernes, 28 de abril de 2017

¿Cómo he de atreverme a comulgar con frecuencia, si siempre vuelvo a caer en las mismas faltas? –– Por Monseñor de Segur.




   ¿Y piensas que serás mejor cuando comulgues menos?

   Si tomando el ordinario alimento tus fuerzas desfallecen, ¿qué será cuando no comas nunca o casi nunca? En lugar de ser débil, te morirás de hambre. Absteniéndote de comer el Pan de los fuertes, centuplicarás tu debilidad y tendrás que llorar, no ya ligeras faltas come ahora, sino caídas gravísimas, pecados mortales. Cada día.

   Pero, decía San Ambrosio, citado por santo Tomás: “cada día peco, luego cada día necesito tomar la medicina” “Éste Pan de cada día se toma como remedio de las flaquezas de cada día”

   Esto es lo que la Santísima Vírgen dijo un día a Santa Francisca Romana, muy afligida y turbada por los pocos progresos que observaba en si a pesar de sus comuniones. “Hija mía, díjole con ternura, las faltas que cometes no deben causa para que te abstengas de presentarte a la sagrada Mesa; muy al contrario, deben excitarte más y más a participar del convite celestial, porque en él encontrarás el remedio a todas tus miserias,”

   Es verdad que la Comunion nos preserva de caer en el pecado mortal, pero también lo es que ni aun la cotidiana nos hace impecables. Mientras estamos en la tierra cometemos pecados, de manera que se puede decir muy bien que los mejores de entre nosotros no son, en último resultado, sino los menos malos. Sufrámonos, pues, a nosotros mismos, ya que Jesucristo nos sufre.

   Así lo han hecho todos los santos; así lo hacían los primitivos cristianos, los cuales, a pesar de que comulgaban cada día, eran sin embargo tan débiles como nosotros, Porque yerran grandemente los que se figuran que eran todos santos: los escritos de los Apóstoles y los documentos que nos quedan de los primeros siglos de la Iglesia prueban sobradamente lo contrario.

   En efecto, San Pablo no escribe carta en que no eche en cara a muchos de ellos “sus divisiones, su inconstancia, su ingratitud y sus negligencias”

   San Cipriano se queja amargamente de las debilidades y flaquezas de los cristianos de Cartago. San Agustín y otros escritores eclesiásticos hablan también de las miserias en que caían los fieles de sus días. Luego, no todos los primitivos cristianos eran santos; y sin embargo, repito que comulgaban cada día.

   El papa San Anacleto, citado por Santo Tomás de Aquino, nos dice que esta regla venia directamente de los Apóstoles: Sic et Apostoli statuerunt, y que tal era la doctrina de la Iglesia romana et sic sancta tenet Romana Ecclesia. Esta decretal forma parte de las Constituciones apostólicas, las cuales según el común parecer de los teólogos de más nota, se remontan por lo menos al siglo II.

   La Comunión cotidiana no les hacía, pues, impecables; pero sí que les daba fuerzas para no caer en muchas faltas graves, infundía a muchos de ellos virtudes heroicas, y les hacía llegar a un incomparable grado de perfección y santidad.

   Lo mismo nos sucederá a nosotros. Aunque no nos haga perfectos, la sagrada Comunión destruirá poco a poco nuestros defectos y nos hará crecer insensiblemente en piedad y sabiduría del cielo.

   No te admires de que semejante trasformación no se haga en un día. ¿Cuántos años se necesitan para que un niño llegue a ser hombre? ¿Vemos acaso cómo va creciendo? Y sin embargo, por un trabajo continuo e insensible; trabaja y contribuye a su crecimiento cuando come y bebe, asi el niño crece cada día.

   No te admires tampoco si vuelves a caer en las mismas faltas. La piedad y la Comunión perfeccionan nuestra naturaleza, no la destruyen; por consiguiente, aunque estemos sometidos a la acción santificante de Jesucristo conservamos nuestra personalidad y el germen de nuestros defectos dominantes. Ese germen es el lado débil, el punto vulnerable; al cual el demonio dirige sus incesantes ataques; y de ahí proceden esas recaídas arto frecuentes por desgracia, que fatigan y humillan a los cristianos, pero que no deben abatirlos y desalentarlos.

   Si consultando la conciencia puedes decirte a tí mismo que no amas el pecado y que quieres servir fielmente a Jesucristo, no te turbe ni espante la consideración de las faltas en que caes cada día, pues la comunion te purificará y librará de las mismas, como has podido ver más arriba que enseña formalmente el sagrado concilio de Trento.

   Si los directores de almas no pueden, a pesar de sus deseos aconsejar a todos los penitentes el uso frecuente de la Comunion, es porque desgraciadamente hay pocos cristianos sinceramente dispuestos a evitar hasta las menores faltas y a consagrar a Jesucristo todos los pensamientos de su alma y todos los afectos de su corazón. Pero la misma razón Santo Tomás, que establece tan categóricamente en su suma la tesis católica y tradicional de la excelencia de la Comunión cotidiana, dice: que no todos los fieles indistintamente deben recibir cada día la Sagrada Eucaristía.

   Reverencia y amor; tal es la conclusión práctica del Ángel de las escuelas; pero tiene cuidado de hacer notar: “que el amor y la confianza son preferibles al temor”. No olvidemos nunca esta preciosa máxima y obremos en conformidad con ella.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

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