lunes, 24 de octubre de 2016

La viuda cristiana (Una carta muy recomendable)




   Querida Hermana mía, me ha venido a la memoria que los doctores señalan como la virtud más propia de las viudas la santa humildad. Las vírgenes tienen la suya, los apóstoles, mártires, doctores, pastores, cada uno la suya, como el orden de sus caballerías, y todos han debido tener la humildad, pues no habrían sido exaltados, si antes no hubieran sido humillados. Pero a las viudas pertenece sobre todo la humildad; pues ¿qué puede henchir a la viuda de orgullo? Ya no tiene su integridad..., ni lo que confiere el más alto precio a este sexo según la estima de este mundo; ya no tiene a su marido, que era su honra y de quien ha tomado el nombre. ¿Qué le resta para gloriarse sino Dios? ¡Oh, gloria bienaventurada! ¡Oh, corona preciosa!

  En el jardín de la Iglesia, las viudas son comparables a las violetas; flores pequeñitas y bajas, de un color nada llamativo, de olor poco penetrante, pero que son, sin embargo, maravillosamente suaves. ¡Oh, qué hermosa flor es la viuda cristiana! Pequeña y baja por la humildad, ya no es llamativa a los ojos del mundo, pues los rehúye y no se prepara ya para atraer su mirada. ¿Para qué desearía los ojos de los que ya no quiere el corazón? El Apóstol manda a su querido discípulo que honre a las viudas que son realmente viudas. Y ¿quiénes son las viudas que son realmente viudas, sino las que lo son de corazón y de espíritu, es decir, las que no tienen su corazón desposado con ninguna criatura?


   Carta de Francisco de Sales a  Juana Frémyot de Chantal (1 de noviembre de 1604)

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