La cuarta puerta del Infierno es el pecado
de impureza; ésta es la puerta por la cual entra mayor número de pecadores.
Los impúdicos consideran que Dios tendrá
piedad de este pecado, porque sabe que somos de carne. ¡Y qué! ¿Dios tiene compasión de este pecado? Más se lee en la
Escritura que por este pecado envió Dios sobre la Tierra las más espantosas
catástrofes. Observa San Jerónimo que
leemos haberse Dios arrepentido de haber criado al hombre, en especial por el
pecado de la carne. (Gen., 6.). Dios no ha castigado pecado alguno, ni aun
sobre la Tierra, con tanto rigor como el de la impureza, dice Eusebio. (Ep. Ad Dam.) En castigo de este
pecado hizo caer fuego del cielo sobre cinco ciudades, y permitió que
pereciesen en las llamas todos sus habitantes. Por causa de este pecado,
principalmente, el diluvio universal destruyó todo el género humano, a
excepción de la familia de Noé. Este es un vicio que ya castiga Dios a menudo
en este mundo de una manera terrible.
Ya
que tú has querido olvidarme, dice el Señor, y me has abandonado por un
miserable placer, quiero que aun en esta vida sufras la pena de tus crímenes.
Dios ¿tiene compasión de este pecado?
Atended que este delito es el que arrastra mayor número
de almas al Infierno.
Asegura
San Remigio que la mayor parte de los condenados lo son por
causa de este pecado. Del mismo sentir es el P. Señeri, siguiendo
a San Bernardo (T. 4, Serm. 21), y San Isidoro (L. 2,
sent., c. 39). Santo Tomás dice que este pecado es muy agradable al
demonio, porque, el que cae en este muladar del Infierno, queda pegado en él y
no puede casi levantarse.
Este
vicio quita hasta la luz, y el pecador queda tan ciego, que casi llega a
olvidarse de Dios, dice San Lorenzo Justiniano. (De lib. vit., Os., v, 4.)
Desconoce a Dios, no
obedece ya ni a Dios ni a la razón; sólo obedece a la voz de los sentidos, que
le arrastra a obrar como un bruto.
Casi siempre los hábitos criminales se
conservan hasta la muerte. Hállanse hombres de edad madura, viejos decrépitos,
que tienen los mismos pensamientos y cometen los mismos pecados que cometían en
su juventud. Así es cómo sus faltas se multiplican, y vienen a ser
innumerables. Preguntad a este desdichado cuántas veces ha consentido en los
malos pensamientos, y os contestará: ¿quién
puede acordarse de ellos? Más si vos no sabéis el número de vuestros
pecados, ya los sabe Dios, y no ignoráis
vosotros que un solo pecado de mal pensamiento basta para precipitaros en el
Infierno. ¿Qué será, pues, por
tantas torpezas en las que se están revolcando estos desgraciados, como
animales inmundos? ¡Oh espantoso pecado, cuántas almas precipitas en los
Infiernos!
Mas, Padre mío, ¿cómo hacerlo para resistir a tantas tentaciones? ¡Ah, yo soy muy débil! —Si sois débil, ¿por qué
no os encomendáis a Dios y a la Santísima Virgen, que es la Madre de la pureza?
¿Para qué exponeros a las tentaciones?
¿Por qué no mortificáis vuestros ojos? ¿Por qué miráis
objetos que excitan las tentaciones? ¿Por qué os abandonáis sin reserva al mal
y a todas sus consecuencias, pues que la impureza conduce con frecuencia a
otros pecados, como son los odios, los robos, y, sobre todo, las confesiones y
las comuniones sacrílegas, o por efecto de reticencias o por defecto de
contrición?
Si sois culpable de este pecado, no quiero
arrancaros toda esperanza: salid, empero luego, de este estado infernal, ahora
que Dios os ilumina y os tiende la mano para ayudaros. Huid desde este momento de las ocasiones: sin esto, todo está perdido;
los juramentos, las lágrimas, los propósitos, no sirven de nada. Quitad las ocasiones; encomendaos en
seguida a Dios y a María, que es la Madre de la pureza. Cuando seáis tentados,
no os entretengáis con la tentación: nombrad, invocad al instante a Jesús y a
María. Sus Nombres sagrados ahuyentan el demonio, y apagan estos ardores
infernales. Si el demonio no cesa de tentaros, continuad invocando a Jesús y a
María, y a buen seguro que no sucumbiréis. Para arrancar de raíz este hábito.
Haced alguna práctica especial de piedad dirigida a María, rogadle con
confianza. Por la mañana, al levantaros, rezad con fervor la oración angélica
en honor de su pureza; haced lo propio al acostaros, y, sobre todo, penetraos
bien de esta verdad: que si rehusáis actualmente la gracia de Dios y os
obstináis en vuestro pecado, tal vez ¡ay! no os corregiréis de él jamás.
(Acto
de dolor)
San
Alfonso María de Ligorio
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