sábado, 8 de octubre de 2016

Gritos de una adultera condenada al infierno (A no perderse este artículo, tanto mujeres como hombres)



   Recomendamos muy encarecidamente la lectura de este material, cuya única finalidad es “SALVAR ALMAS” En estas líneas encontraran, las mujeres casadas sanos consejos y claras advertencias sobre las consecuencias de este grave pecado, asi como podrán aprender a enseñar a sus hijas sobre los peligros del adulterio y como escapar de él. Advertimos también que el hombre no está exento de tan terrible pecado.

   Si no se les hace inteligible alguna parte del artículo por la manera en que se expresa el autor. Nos lo hacen saber y se lo explicaremos con gusto.

   Y te juzgaré como son juzgadas las adulteras, y las que derraman sangre; y te haré víctima de furor y de celos. Ezequiel Cap. 16,  Vers. 38.

   ¡Oh! Mujeres, no necesitáis  más que oír las escrituras, para confundiros, porque en él para aterrar Dios al Pueblo que mató a Cristo, dice, que lo ha de juzgar con el rigor que a las adulteras, ¡O qué asombro! Ved, cual será, o adulteras, el rigor con que se ha de juzgar esta culpa, cuando amenaza Dios con él para espantar a otros, ¿Cuál será, cuando aún en el divino idioma, se alza con la antonomasia de los rigores? ¿Cuál será, cuando guarda este rigor, para encarecer su ira? En fin, es el pendón negro, que enarbola su justicia, quando se desafuera: “judicabo te judidiciis adulterarum”.

   Repara, que no dice a juzgarlos con el castigo de los adúlteros, sino de las adulteras; y es, porque como es más grave esta culpa en la mujer que en el  hombre es también más grave su pena. Es más grave su culpa, ya porque rompe más frenos para caer, pues además de los espirituales quebranta los de su natural modestia; ya porque regularmente da ocasión al pecado, pues no surtiría efecto, si ella no hubiera dado, o permitido la causa. Por esto amenaza Dios con el castigo en las escrituras, no de los adúlteros, sino de las adulteras: Adulterarum.

   Prosigue diciendo, se portará como el marido celoso, que encuentra a su mujer adulterando. Notad, que en este delito, a diferencia de otros, se embravece el marido con una ira, que ni da, ni toma tiempo para la venganza, que ni la compasión lo mitiga, ni ruegos lo templan; antes, echando por tierra a cuantos se interponen, se arroja con una daga desesperado a ella; y después de haberla degollado, reproduce en su pecho tanta herida, que a no quedar sobradamente muerta del acero, muriera anegada de su sangre: Et dabo te in sanguinem. Usa Dios de este símil, porque entre los humanos es el más inexorable, no porque esta ira sea ni aun sombra de la suya. ¿Qué tiene que ver un castigó con otro? Pues allí, la adultera, ya (puede aunque no suceda) entre los agonizantes vuelcos de la muerte salvar con una contrición su alma; pero Dios quita la vida temporal, y el tiempo para la eterna. Esta sí que es venganza digna de temerse (Luc. 12. V. 5.) “Voy a deciros a quién debéis temer: Temed aquel a aquel que, después de haber dado la muerte, tiene poder de arrojar  en la Gehenna. Sí, os lo digo, a Aquel temedle”

   En fin, para que conozcas el exceso, dice en las escrituras, que no solo te ha de castigar cómo poseído de celos, si no de furor: Et dabo te in sanguinem furoris, celi. La ira de los celos compara la escritura al Infierno: Dura sicut infernus emulatio. Luego, si a la ira del Infierno se añade la del furor, ya no hay con quien compararla por no haber extremo que aventaje a la ira del abismo. Considera, pues, a un Dios sumamente Omnipotente sumamente; sobre airado, celoso; sumamente celoso, enfurecido: ¿hasta dónde llegará con su venganza? Por esto le rogaba David no lo castigara tomado del furor: Ne in furore tuo arguas me. ¿Y tú, o delicada, y pobre mujer, no temes lo que hacía temblar a un David, que no temía Osos, ni Leones?

   No temes nublado tan sangriento, porque te lo finges muy distante: ¡pero ha desventurada, cuan presto caerá sobre tí este aguadero de tempestades! ¿Tiénete consolada la seguridad de que no hay riesgo de que tu marido, vea, sepa, ni castigue tu traición, y no te aflige el que la Vé, la sabe, y la ha de castigar todo un Dios, armado de ira, furor, y celos?

   Un remedio tienes para tu enmienda, que es temer a Dios más que a tu esposo; asi no ofenderás a tu esposo, ni a Dios; porque a diferencia del marido, Dios siempre te verá, y tu esposo por no ser a su vista desleal, (por no verte) siempre le parecerás fiel. Y no harás mucho con esto; pues si temes más a una araña, que te corre por el hombro, que a un  mosquito, porque la araña te puede hacer más daño; más debes temer a Dios, que al marido, pues cuantas muertes podía darte éste, son un mosquito, respecto del mal que puede hacerte Dios; pues todo el mal de aquel no puede pasar del cuerpo: razón por que no merece ser el más temido; pero el de Dios se extiende a la perdición eterna, y temporal de tu alma, y Cuerpo; que como es todo lo que hay que perder, es solamente lo que es digno de todo tu temor: No te digo más, que lo que Cristo por San Mateo 16 Ver. 26: Porque ¿De qué sirve al hombre si gana el mundo entero, más pierde su alma?… Verdad es, que no ha de ser un temor dé Dios, como el asido con alfileres, que en llegado la tentación te lo desprendas, sino un temor clavado en el pecho, como lo pedía David. Y si el motivo era el temor de los juicios, adultera, cual ha de ser el tuyo. No hay otro medio para evadirlo, que desde ahora clavar este temor de Dios en tu corazón, y tu corazón en él, como Susana, que se resolvió a perder la vida, mas no la honra suya, y de los suyos, por no cometer un adulterio, un adulterio que no lo había de saber la tierra entera; y nada temió, según el Crisóstomo, por temer solo a quien nada se le esconde, que es Dios. Y esta honrada y generosa determinación le valió no perder la honra, ni la vida con que le amenazaban, y ganar para con los hombres; honra, mientras el mundo fuere mundo; y para con Dios honra, y alabanza, mientras Dios fuere Dios.

   Ya, pues, o casada, te mostré el agua, y el fuego y extiende a tu elección la mano, hacia el agua de la pureza que te salve, o hacia al fuego de la lascivia,  para que te abrase, y te Condene. Dios, que es verdadero por naturaleza, te desengaña para que no te dejes engañar del hombre, que por su naturaleza es mentiroso. Ese amor que te muestra el hombre, sabe que no es a tí sino a sí mismo: no ama tus méritos, sino a su pasión.

   No caigas en el error que yo, (condenada por adultera)  y no trates de apegarte de esas ficciones. Mira con qué ansia, con qué sed, y a costa de qué inclemencias solícitas sigue un Cazador a la perdiz, o liebre, las cuales, aun sin discurso no estiman, antes huyen de quien las busca, por saber no las siguen, ni desean por afecto a ellas, sino por satisfacer su gusto al Cazador que es el de quitarles la vida.

   Considera, o simple mujer, que por lo mismo, y para lo mismo te obsequia, sigue y busca ese mal hombre, no por admiración a tu persona, sino para satisfacer a su apetito; no para darte obsequio sino, para quitarte la mejor vida.

   ¿Cómo puedes creer que te quiera bien, aunque lo exprese el que te solicita, y desea tanto mal? ¿Pues qué, si supieras lo que en su concepto desciendes, si condesciendes, no es ponderable lo que bajas, aun en su estimación misma, qué será en la de los que, o lo saben, o lo presumen?  Con que para con ninguno ganas, y pierdes para contigo, para con Dios, para con los hombres, y aun para con el mismo cómplice: Y después de perdición tan universal en esa vida, te espera en esta un juicio, y rigor, que no tiene ejemplar, y que sirve de ejemplar para explicar Dios con él sus rigores más graves, y juicios más horrendos.


“GRITOS DESDE EL INFIERNO”


Dr. José Boneta

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