I.
a MISERIA:
NUESTROS CONTINUOS E INEVITABLES SUFRIMIENTOS.
Las palabras en rojo y
entre paréntesis son notas marginales
1) (Date siempre
a Dios: Sufren todo los hombres.)
1) Miserable serás dondequiera que fueres y
dondequiera que te volvieres, sí no te convirtieres a Dios.
¿Por
qué te afliges de que no te suceda lo que quieres y deseas? ¿Quién es el que
tiene todas las cosas a medida de su voluntad? Ni yo ni tú ni hombre alguno
sobre la tierra.
Ninguno hay en el mundo sin tribulación o
angustia, aunque sea rey o papa.
Pues ¿quién
es el que está mejor? Ciertamente, el que puede padecer algo por Dios.
2) (Aun los más
felices según el mundo.)
2) Dicen muchos flacos y enfermos: ¡Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre!
¡Cuán rico! ¡Cuán grande! ¡Cuán poderoso y ensalzado!
Pero atiende a los bienes del cielo y verás
que todas estas cosas temporales nada son sino muy inciertas y gravosas, porque
nunca se poseen sin cuidado ni temor.
No está la felicidad del hombre en tener
abundancia de lo temporal; bástale una medianía.
II.
a MISERIA:
NUESTRAS NECESIDADES CORPORALES
3) (Amargan la vida y
la llenan de pesadumbre.)
3)
Por
cierto que miseria es vivir en la tierra.
Cuanto el hombre quiere ser más espiritual,
tanto más amarga se le hará la vida, porque conoce mejor y ve más claro los
defectos dé la corrupción humana.
Porque comer, beber, velar, dormir, reposar,
trabajar y estar sujeto a las demás necesidades naturales, en verdad es grande
miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este
cuerpo y libre de toda culpa.
Pues el hombre interior está muy agravado
con las necesidades corporales en este mundo.
Por eso el Profeta ruega, devotamente que le
libre de ellas, diciendo: “Líbrame, Señor,
de mis necesidades” Sal. XXIV, 17.
4) (¡Desgraciados de
los que no las conocen y se apegan a la vida!)
4) Mas ¡ay
de los que no conocen su miseria!, ¡y
mucho más, ay de los que aman esta, miserable y corruptible vida!
Porque hay algunos tan abrazados con ella,
que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando, tengan lo necesario,
si pudiesen vivir aquí siempre, no cuidarían del reino de Dios.
¡Oh
locos y duros de corazón los que tan profundamente se envuelven en la tierra,
que nada gustan sino de las cosas carnales!
Más en el fin sentirán gravemente cuán vil y
nada era lo que amaron.
5) (Los santos no se
fijaban sino en los bienes eternos)
5) Los Santos de Dios y todos los devotos
amigos de Cristo no tenían cuenta de lo que agradaba a la carne ni de lo que
florecía en la vida temporal, sino que toda su esperanza e intención suspiraba
por los bienes eternos.
Todo su deseo se levantaba a lo duradero e
invisible, porque no fuesen abatidos a las cosas bajas con el amor de lo
visible.
III. a
MISERIA:
LA IMPERIOSA Y OBLIGADA LUCHA.
No pierdas, hermano, la confianza de
aprovechar en las cosas espirituales; aun tienes tiempo y ocasión.
6) (Se impone en todo
momento y hasta la muerte.)
6) ¿Por
qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento, y
di: Ahora es tiempo de obrar, ahora es tiempo de pelear, ahora es tiempo conveniente
para enmendarme.
Cuando no estás bueno y tienes alguna
tribulación, entonces es tiempo de merecer.
“Conviene que pases por fuego y por agua antes
que llegues al descanso” Sal. LXV, 12.
Si no te hicieres fuerza no vencerás el
vicio.
Mientras
estamos, en este frágil cuerpo no podemos estar sin pecado ni vivir sin fatiga
y dolor.
De buena gana tendríamos descanso de toda
miseria; pero como por el pecado perdimos la inocencia, hemos perdido también
la verdadera felicidad.
“Por eso nos importa tener paciencia y esmerar
la misericordia de Dios” Sal. LVI, 2. Hasta
que se acabe la malicia y la muerte destruya esta vida II Cor. V, 4.
IV. a Miseria:
NUESTRA FRAGILIDAD E INCONSTANCIA.
7) (Por nuestra
inclinación al mal y la poca vigilancia.
¡Temblemos!)
7)
¡Oh, cuánta es la flaqueza humana, que
siempre está inclinada a los vicios!
Hoy confiesas tus pecados, y mañana vuelves
a cometer lo confesado.
Ahora propones de guardarte, y de aquí a una
hora obras como si nada hubieras propuesto.
Con mucha razón, pues, podemos humillarnos y
no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan flacos y tan mudables.
Presto se pierde por descuido lo que con
mucho trabajo dificultosamente se ganó por gracia.
¿Qué
será de nosotros al fin, pues ya tan temprano estamos tibios?
¡Ay
de nosotros si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y
seguridad, cuando aún no parece señal de verdadera santidad en nuestra
conversión!
Bien sería necesario que aun fuésemos
instruidos otra vez como dóciles novicios en las buenas costumbres, si por
ventura hubiese esperanza dé alguna futura enmienda y de mayor aprovechamiento
espiritual.
“IMITACIÓN
DE CRISTO”
Traducción
del
P.
Juan Eusebio Nieremberg, S. j.
Año
1941
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