Santa Teresa dice que cuando Dios llama a un
alma a su amor le hace un favor grande. Amémosle pues nosotros
que somos llamados a este amor, y amémosle como desea ser amado: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu
corazón. El venerable Luis de la Puente no
consideraba bastante digno decir a Dios: ¡Señor,
os amo más que a todas las cosas, más que a todas las riquezas, más que a todos
los honores y placeres de la tierra! porque entendía que estas palabras
equivalían a decir: Dios mío, os amo más
que a la paja, más que al humo, más que al fango.
Pero Dios se contenta con ser amado de
nosotros sobre todas las cosas; digámosle pues: Sí, Dios mío, os amo más que
todos los honores del mundo, más que todas las riquezas, más que a todos mis
parientes y amigos: os amo más que la salud, más que el honor, más que la
ciencia, más que todos los consuelos: en una palabra, os amo más que a todo lo
que me pertenece: Más que a mí mismo.
Prosigamos aún y digámosle: Señor, amo
vuestras gracias y dones; pero amo más que todas estas mismas gracias a vos,
porque sólo vos sois la bondad infinita, el bien infinitamente amable que excede
a todo otro bien. Esta es la razón, ¡oh
Dios mío! por la. Cual, cualquiera que sea vuestra dádiva no bastará. Contentarme
si no fuéseis vos mismo: y si se me os dais, vos sólo me bastaréis. Que busquen
los otros lo que quieran, yo no he de buscar más que vuestra posesión, a vos
sólo, amor mío, mi todo. En vos sólo encuentro cuanto pueda desear y hallar.
La sagrada esposa dice, que ella ha elegido
entre millares a su muy amado para amarle. Y nosotros, ¿a quién elegiremos para dedicarle nuestro amor? Entre todos los amigos de este mundo, ¿cuál hallaremos más amable y más fiel que
Dios, y que nos haya amado más que Dios? Roguémosle pues, y roguémosle,
constantemente: Trahe me post te: Señor,
llevadme hacia vos; porque si vos no me lleváis, yo no puedo llegar a vos.
¡Oh, Jesús mío y Salvador mío!
¿Cuándo llegará el día en que despojado
de todo otro afecto no anhele ni busque más que a vos? Quisiera despojarme de
todo, pero a menudo entran en mi corazón ciertos afectos importunos que me
distraen de vos. Desatadme de ellos, Señor, con vuestra mano omnipotente: haceos
vos mismo el único objeto de todo mi amor y de todos mis pensamientos.
San Agustín dice, que el que
tiene a Dios lo tiene todo, y que el que no tiene a Dios no tiene nada. ¿De
qué le sirven al poderoso los tesoros de oro y piedras preciosas, si no posee a
Dios? ¿De qué le
sirve a un monarca tener muchos reinos, si no tiene la gracia de Dios? ¿De qué
le sirve a un sabio poseer todas las ciencias y hablar muchas lenguas, si no
sabe amar a su Dios? ¿De qué le sirve a un general mandar todo un ejército, si
vive esclavo del demonio y alejado de Dios?
David, cuando era Rey pero
estaba en pecado, se iba a sus jardines, a sus cacerías, y ä otros placeres; más
parecíanle que todos estos objetos le gritaban: ¿En dónde está tu Dios? ¿Ubi
est Deus tuus? ¿Quieres encontrar el
contento en nosotros? Ve, vuelve al Dios que has abandonado; él sólo puede
satisfacerte. Entonces confesaba el
santo rey, que en medio de todas las delicias no encontraba la paz: lloraba
noche y día sin distraer su pensamiento de que estaba sin Dios.
En medio de las miserias y sinsabores de
este mundo, ¿quién puede consolarnos
mejor que Jesucristo? Por esto dice: Venid
a mí los que estáis trabajados y vais cargados, y yo os aliviare. ¡Oh, locura de los mundanos! Un alma que esté en gracia encuentra más
consuelo en una sola lágrima derramada por dolor de sus pecados, más en esta
exclamación: ¡oh Dios mío! proferida
con amor, que podría hallar un hombre mundano en mil banquetes, espectáculos o
festines.
Locura, lo repito, pero locura que no tendrá
remedio cuando llegue la muerte rodeada de oscuridad, de que habla el Evangelio.
Por esto nos aconseja el Salvador, que
caminemos mientras nos favorece la luz, porque llegará la noche, durante la cual
nada ya podremos hacer.
Sea Dios, pues, todo nuestro tesoro, todo
nuestro amor; todos nuestros deseos sean agradar a Dios, el cual jamás se queda
atrás en amor; él remunera con el ciento por uno todo lo que se hace por
agradarle.
Sed vos, ¡oh Dios mío! mi único bien, el amor dominante de mi alma; y como
yo os prefiero en amor a todas las cosas, disponed que en todas las cosas
prefiera vuestra voluntad a mi propio placer. Jesús mío, espero de vuestra
sangre no amar más que a vos sobre la tierra, durante lo que me queda de vida,
para que logre algún día la gloria de poseeros en el reino eterno de los
bienaventurados. Virgen santa, socorredme con vuestros poderosos ruegos, y llevadme a
besaros vuestros sagrados pies en el paraíso.
“SAN
ALFONSO MARÍA DE LIGORIO”
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