El retorno es difícil
El
retomo es, en estos casos, difícil, pero no imposible. Es difícil por el
endurecimiento del corazón, que presupone la ceguera del entendimiento, un
juicio pervertido y la voluntad de tal modo inclinada al mal que no tiene más que
débiles veleidades hacia el bien. Aun
frecuentando la iglesia, no se saca provecho alguno de la predicación, de los
consejos santos, ya no se lee el Evangelio, se resiste a las advertencias
saludables de las almas buenas, el corazón se endurece como la piedra. Es el estado
de aquellos de que habla Isaías (V, 20-21): “Desgraciados
los que llaman bien al mal y mal al bien, que hacen de la tinieblas luces, que
llaman amargo al dulce y al amargo dulce. Desgraciados los que se creen cuerdos
a sus propios ojos e inteligentes a sus propios sentidos.”
Es la consecuencia de los pecados frecuentemente repetidos,
de los hábitos viciosos, de los lazos criminales, de lecturas en las que se ha absorbido ávidamente
el error, cerrando los ojos a la verdad. Después
de tanto abuso de gracias, el Señor niega al pecador no solamente los auxilios
eficaces de que se ve privado el que comete falta grave, sino hasta la gracia
próxima suficiente que hace posible el cumplimiento de los preceptos.
No obstante, el retorno a Dios es aún
posible. El pecador endurecido recibe aún gracias remotas suficientes; por
ejemplo, durante una Misión o con ocasión de una prueba. Con esta gracia remota
suficiente no pueden aún cumplir los preceptos pero pueden empezar a rezar, y
si no resisten, reciben la gracia eficaz para comenzar efectivamente a rezar.
Esto se debe a que la salvación es aún posible para ellos y, contra lo que
pretendía afirmar la herejía pelagiana,
les es posible sólo por la gracia; si el pecador no resiste a esta llamada,
será llevado de gracia en gracia hasta la de la conversión. El Señor ha dicho: “Yo no quiero la muerte
del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezequías, XXXIII, II, 14-16). Como
dice San Pablo (I Tim., II, 4): “Dios quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad.”
Otra
herejía, contraria a las precedentes, es la que dice, con Calvino, que Dios, con un decreto positivo, predestina
a algunos a la condenación eterna y, consiguientemente, les niega toda gracia
de salvación. Por el contrario, hay que afirmar con San Agustín, como
lo recuerda el Concilio de Trento (Denz,
806): “Dios no manda lo imposible, pero nos advierte que hagamos lo que podamos
y que le pidamos la gracia de hacer lo que no podemos hacer por nosotros solos.”
Ahora bien: para el pecador endurecido hay
aún sobre la tierra una obligación grave de hacer penitencia, y esto no es posible sin la gracia. Hay que concluir, pues, que recibe de
tiempo en tiempo gracias suficientes para empezar a orar. La salvación es, pues,
aún posible para él.
Pero
si el pecador resiste a estas gracias se hunde en su propia miseria, como el
caminante se hunde en la arena del desierto tanto más cuanto más se esfuerza por
librarse de ella. La gracia suficiente les pasa aún de vez en cuando sobre
el alma para renovar sus fuerzas, pero si siguen resistiendo, se privan de la gracia
eficaz, ofrecida en la suficiente como el fruto en la flor. Y entonces, ¿obtendrá más
tarde este socorro especial que toca el corazón y convierte sinceramente?
Las
dificultades aumentan, las fuerzas de la voluntad y las gracias disminuyen.
La impenitencia temporal voluntaria dispone
manifiestamente a la impenitencia final, aun cuando la misericordia divina
preserve de ella in extremis a muchos pecadores endurecidos.
“LA
VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”
Garrigou-Lagrange
O.P.
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