I.
Haz tantas obras buenas cuantas puedas mientras vivas; lo demás carece de valor
después de la muerte. No dejes pasar ni un solo día sin que lo señales con
alguna acción buena. La vida presente es breve, la futura es eterna. Hay que
expiar los pecados cometidos: redímelos haciendo limosna a los pobres.
¿Por
qué respetas la efigie del príncipe esculpida en el mármol o acuñada en el oro,
y desprecias la imagen de Dios en la persona del pobre? (San
Agustín).
II.
Que
sean buenas tus acciones delante de Dios y no sólo delante de los hombres; para
ello realízalas para agradar a Dios y tal como quiere Él que las hagas. Cuídate
de que no estén viciadas por la vanidad y el amor propio; si así no lo
hicieres, no tendrás otra recompensa que la que el mundo te dé.
¡Qué!,
mi corazón es tan pequeño, mi vida tan corta, ¿y querré yo partirlos entre Dios
y el mundo?
III.
También tienes la obligación de hacer el bien delante de los hombres; les debes
el buen ejemplo. Sin
vacilar declárate a favor de Dios, y nadie se atreverá, en tu presencia, a
realizar un acto que le ofenda. No te avergüences cuando llegue la ocasión de
salir en defensa del Evangelio, y el momento de comportarte como verdadero
cristiano; y si acaso rían a costa tuya: regocíjate entonces ¿El
mundo no aprueba tus actos? Señal es que tienes el espíritu de
Jesucristo.
El
cristiano es amado por Dios cuando es maltratado por el mundo (San
Ignacio).
Haced
limosnas.
Orad
por los que os gobiernan.
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