Vendrán
los ángeles y separarán a los malos de entre los justos;
y
los arrojarán en el horno del fuego.
Allí
será el llanto y el crujir de dientes.
(Mateo
13, 49-50)
I.
En este mundo, los buenos están mezclados con los malos. Así lo ha permitido
Dios para que los malos puedan aprovechar los ejemplos de los buenos, y para
que los justos tengan ocasión de ejercitar su celo y su paciencia soportando a
los pecadores y trabajando en su conversión. No
imites a los malos, pero tampoco los desprecies: acaso lleguen a ser más
grandes que tú en el paraíso; acaso tú cometas faltas más graves que ellos,
puesto que no existe pecado que no puedas cometer, si Dios te abandona a tu propia
flaqueza.
II.
En esta vida el bien está mezclado con el mal, y el mal con el bien. No existe
hombre tan desgraciado que de tanto en tanto no tenga consuelos, ya de parte de
Dios, ya de los hombres; como tampoco hombre tan dichoso que no tenga alguna pena.
Por
lo tanto, no esperemos felicidad completa en este mundo. Nuestra única
felicidad consiste en conformarnos con la voluntad de Dios. Es el secreto para
vivir felices. Los santos lo han sido en medio de la pobreza, de las lágrimas y
de las enfermedades, porque sabían que tal era el beneplácito de Dios.
Son
pobres y aman la pobreza, lloran y aman sus lágrimas, son débiles y se
regocijan en su debilidad (San
Salviano).
III.
En el día del juicio, los malos serán separados de entre los buenos; éstos serán
colocados a la derecha y destinados para la gloria; aquellos, pospuestos a la
izquierda y condenados al infierno. Se verán entonces los crímenes de los
réprobos y las virtudes de los santos. Hipócrita,
¿qué dirás, qué harás tú? ¡Todo lo bueno estará en el cielo, todo lo malo en el
infierno, y así quedará por toda la eternidad! Piensa en esto y sé
precavido mientras tengas tiempo todavía.
Pluguiese
a Dios que fuesen sabios e inteligentes, así pensarían en sus postrimerías
(Deuteronomio).
El pensamiento del
juicio.
Orad por la conversión
de los pecadores.
SANTA
BALBINA,
Virgen
Dios, para castigar al
tribuno Quirino por la prisión que había hecho sufrir al Papa Alejandro,
permitió que su hija Balbina, que era de notable belleza, se viese cubierta de
llagas y horriblemente desfigurada. Quirino acudió al santo pontífice, quien sanó
a Balbina con sólo tocarla con sus cadenas. El tribuno, convertido por el
milagro, murió mártir con el mismo Alejandro, pasado algún tiempo.
Balbina
consagró a Dios la belleza que le había devuelto, y mostró con su conducta que
el cristianismo puede conciliar dos cosas aparentemente difíciles de unir: una
rara hermosura y una gran pureza.
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