I.
Toda nuestra vida debe ser una preparación para la muerte, pues nuestra muerte,
de todos nuestros negocios, es el más importante; ¿qué
digo?, los demás nada son comparados con éste. ¿Cómo
te preparas tú? ¿Vives como un hombre que en breve ha de morir? ¿Acaso miras la
muerte como algo muy alejado de ti? En adelante mi principal afán será
pensar en este gran viaje a la eternidad, no sea que me sorprenda la muerte.
La
muerte, que sorprende a los que no están preparados, debe encontrarnos siempre
prestos
(San
Euquerio).
II. Morirás,
no lo ignoras. Morirás sólo una vez, y de esta muerte única dependerá una
eternidad de dicha o de desventura. No se trata aquí de una pérdida sin
importancia, sino de la pérdida del mayor de todos los bienes y, no debes
olvidarlo, de una pérdida irreparable.
¡Oh
muerte, cuán temible eres! ¿Se puede pensar en ti sin despreciar al mundo y sin
darse a Dios?
III.
Una
vida santa es la mejor de todas las preparaciones para la muerte. No
te duermas con un pecado mortal en la conciencia. Por la mañana, al levantarte,
piensa: Acaso no alcance a vivir hasta la noche; y por la noche, al acostarte:
Acaso no me levante ya, y estas sábanas sean mi sudario. De vez en
cuando pregúntate si estás preparado para morir.
Nada
hay que los hombres vean con más frecuencia que la muerte y nada que olviden
con mayor facilidad (San
Euquerio).
Medita en el
pensamiento de la muerte.
Ora por las almas del
purgatorio.
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