¡Ay de vosotros los
ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo en este mundo. (Lucas 6, 24)
I.
No
obstante que los hombres miren a los ricos como dichosos en este mundo, en
realidad son desgraciados. Preciso es que sin descansar trabajen para adquirir
y conservar sus riquezas; el
deseo de aumentarlas y el temor de perderlas los atormentan sin cesar.
Hasta son tan ciegos que no pocas veces no se sirven de sus riquezas, por miedo
de verlas disminuir. No gozan los bienes de la tierra y no gozarán los del
cielo.
II. Considera al rico en la hora de la
muerte. Dime por favor, ¿en
cuánto estima ahora las riquezas que debe abandonar? ¡Ay! ¡Con qué dolor conoce
que ha de morir pronto, para ir a dar cuenta de su vida a ese Dios que tanto
amó la pobreza y que despreció las riquezas! ¡Muerte cruel!, exclamaba
un rey en sus últimos momentos, ¿así
es cómo me separas de lo que tanto amé?
(Libro
de los Reyes).
III.
¿Los
ricos serán felices por lo menos después de su muerte? ¿Lo podrían esperar, si
no redimieron sus pecados mediante sus limosnas? Sus
riquezas les proporcionaron los medios para cometer impunemente toda clase de
crímenes; porque raro es dar con un hombre que solamente haga lo que debe,
cuando tiene el poder de hacer todo lo que quiere.
No sin razón
Jesús dice a menudo que es difícil que un rico entre en el cielo. Él no quiso discípulos ricos en la tierra;
¡cuán
para temer es que no reciba a muchos ricos en el cielo! Cristo,
que es pobre, desprecia a los discípulos ricos (San
Cipriano).
El
desprecio de las riquezas.
Orad
por los pobres.
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