Ángeles o
bestias.
Sin
poderlo remediar, los pobres hijos de Adán tenemos que estar en continua guerra
hasta la muerte, pues la carne se inclina a lo contrario que el espíritu, y el
espíritu a lo contrario que la carne (Gal. 5,7).
Pues si es propio de los brutos atender a la
satisfacción de los sentidos, y propio de los ángeles atender a la voluntad
divina, con razón dice un autor que si nosotros
atendemos también a hacer la voluntad de Dios, nos convertiremos en ángeles, y
si nos damos a satisfacer los sentidos, nos convertiremos en brutos. O
ponemos el cuerpo bajo el poder del alma, o quedará el alma bajo los pies del
cuerpo.
A nuestro cuerpo
es necesario tratarlo como trata un domador a un
caballo salvaje: tirándole siempre de la rienda, para
que no lo desarzone, o como trata un médico a un
enfermo, al cual le prescribe lo que le repugna, que
son las medicinas, y le prohíbe lo que más le apetece que son los manjares y
las bebidas. De seguro que un médico que
rehusara recetar medicinas porque son
amargas, y permitiera al enfermo lo que le daña porque
es agradable, sería cruel. Pues
esa es la gran crueldad que los sensuales tienen con su alma, a la que ponen en
gran peligro de ruina, por no hacer sufrir un poco al cuerpo en esta vida, y el
mismo cuerpo se pone en riesgo de sufrir, junto con el alma, tormentos muchos
más horribles durante la eternidad. “Esta
falsa caridad –escribe San
Bernardo–
destruye la caridad; esa compasión rebosa crueldad, porque se sirve al cuerpo
de tal modo, que el alma queda estrangulada.” Y el mismo santo (San
Bernardo),
hablando a los hombres carnales que se burlan de los siervos de Dios que
mortifican su cuerpo, les dice: “Seremos nosotros crueles castigando la carne;
pero vosotros, perdonándola, sois más crueles”. Nosotros somos crueles castigando el cuerpo con penitencias;
pero más crueles sois vosotros saciándolo de
regalos en esta vida, porque así condenáis,
junto con el alma, a tormentos muchos
mayores en la eternidad.
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO.
(Primera parte).
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