I.
Un cristiano jamás debe pronunciar una mala palabra; debe evitar con el mayor
esmero las palabras deshonestas, las conversaciones demasiado libres, las
blasfemias y las detracciones. Nada más fácil que pecar con palabras; difícil
es, a menudo imposible, curar las heridas que se infieren con la lengua y
reparar el perjuicio que se causa al prójimo con ella, ¿Te
gustaría que se hablase de ti como hablas tú de los demás?
II.
Evita aun las chanzas y las palabras inútiles. Si te habitúas a las burlas, muy
pronto se deslizarán en tus conversaciones las palabras de doble sentido y las
contrarias a la caridad; y, no pocas veces, preferirás herir la caridad o la
modestia antes que callar una agudeza. Rendirás
cuenta, en el día del juicio, hasta de la menor palabra inútil que hayas dicho.
Concededme, Señor, la gracia de gobernar mi
lengua; guardad mis labios (Salmo).
III.
Para evitar todos estos defectos no has de hablar a menudo ni mucho. Si hablas
mucho llegarás a ofender a Dios o al prójimo. Sabio te manifestarás si te
callas; hombre de poco juicio si hablas mucho. Muy frecuentemente te
arrepentirás de haber hablado, nunca de haber guardado silencio. Habla cuando tengas que decir algo bueno preferible al
silencio; mas, cuando sea mejor callar que hablar, cállate (San
Gregorio).
Amad
y practicad el silencio.
Orad
por los religiosos.
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