I.
Practicad la mansedumbre, ahoga con esmero los movimientos incipientes de la
cólera; ¿qué
ganas con satisfacer esta violenta pasión, que turba tu entendimiento y que
atormenta a sus servidores y amigos? Acuérdate de la mansedumbre de
Jesucristo. ¡Qué
alegría experimentarás por haber reprimido este arranque! ¡Qué recompensa
recibirás si te vences a ti mismo!
Los
que triunfan de sí mismos hacen violencia al cielo
(San
Cipriano).
II.
Practicad
la suavidad, soportando el mal humor y las imperfecciones del prójimo.
Quieres que te soporten tus defectos; es muy razonable que uses de igual
indulgencia para con los demás. Ese carácter molesto que reprochas en tu
hermano es un defecto de la naturaleza; acaso ella te trató a ti peor todavía,
y te hizo más desagradable para el prójimo. Examina
tus defectos y soportarás fácilmente los de los demás.
III.
Practicad
la mansedumbre soportando que se te menosprecie. ¿Quién
eres tú, en definitiva, para que tanto te cueste soportar desprecios? Tu
nada y tus pecados muy merecidos tienen este trato. Si te los conociesen dirían
mucho más. ¿Y
qué mal pueden hacerte ante Dios las palabras que te digan? Más aun, ¿qué
corona no merecerías si las sufrieses con paciencia?
Si fueses
verdaderamente humilde, nada te costaría sufrir el desprecio y los malos
tratos. La humildad suaviza todas las tribulaciones
(San
Eusebio).
Practicad
la mansedumbre.
Orad por
los enfermos.
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