I.
Desde
que hubo comprendido la vanidad del mundo, retiróse San Benito a la soledad, y
allí mortificó su cuerpo mediante continuas austeridades. ¡Hace
ya tanto tiempo que tú conoces los peligros del mundo, y lo amas todavía!
¡Sabes que es infiel, y en él te fías! ¡Estás persuadido de que no hay
recompensa para sus adoradores, y ansiosamente buscas sus favores!
Engañó
ya a muchos otros con sus falsos bienes; mas, los que antes lo honraban lo
desprecian ahora. ¿Por
qué no lo dejas?
Apenas
si tiene el mundo lo que es preciso para engañar; carece de bienes, hasta de
bienes frágiles
(San
Euquerio).
II.
San
Benito despreció al mundo, y el mundo le honra; los reyes, los príncipes,
numerosos fieles acuden a verlo en la soledad, para encomendarse a sus
oraciones o para imitar su género de vida. Tú amas al mundo y él te desprecia;
lo desprecias y él te prodiga sus alabanzas. Pareciera que Dios, impaciente
por recompensar a sus servidores, no puede esperar la vida futura para hacerlo.
¡Cuán
apurada estáis, oh bondad divina, en glorificar a vuestros santos! (San
Eusebio).
III.
San
Benito, vencedor del mundo, lo abandona y muere en una iglesia en medio de sus
religiosos, advertidos por él de la hora de su muerte. ¿Te
ha sido revelado cuándo y cómo morirás?
Mantente siempre preparado. Los religiosos de este santo son sus hijos
y su corona. Tus
hijos y tu corona son tus obras: ellas te seguirán hasta el trono de Dios, para
acusarte o defenderte.
El amor
de la soledad.
Orad por
la Orden de San Benito.
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