LA REINA SANTA ISABEL DE HUNGRÍA SIRVIENDO A LOS POBRES
I. No
busques los honores y las dignidades de este mundo; son pesadas cargas que
abrumarán tu flaqueza. Huye de esos honores; no viniste a este mundo para
mandar a los hombres, sino para obedecer a Dios. La cuenta que deberás rendir
por ti mismo es ya bastante pesada, no te recargues sin necesidad con el alma
de tu prójimo. Con todo, si Dios te llama a esas dignidades, obedece; Él te dará las gracias necesarias para llevar la carga
que te haya puesto sobre los hombros.
II.
Tu ambición debe limitarse a desear los primeros lugares en el cielo e imitar,
en la medida de tus fuerzas, a los santos más grandes del paraíso. No digas con
algunos cristianos cobardes: “Bastante es para mí
si Dios quiere colocarme en el pórtico del paraíso”; aspira a la más
alta perfección que puedas. No podrás amar a Dios y al prójimo con exceso;
nunca se harán demasiados esfuerzos para llegar al cielo. Alma cristiana, eleva
tus pensamientos, la tierra no es digna de ti. El
mundo no está hecho para ti; no ames, pues, al mundo; no es digno de ti, vales
mucho más (San Bernardo).
III.
Ardientemente desea sufrir por Jesucristo, beber su
cáliz, ser humillado como Él: es un honor que puedes perseguir ardorosamente
con toda intrepidez. Si conocieses las recompensas que están preparadas
para las humillaciones y los sufrimientos, los buscarías con más ahínco que el
que ponen los ambiciosos para conseguir las posiciones más brillantes. Fue un
honor el que hizo Jesús a su discípulo predilecto, haciéndole beber del cáliz
en que había bebido Él mismo.
El amor a los sufrimientos. Orad por la conversión de los
infieles.
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