IMPORTANTE: Para
las oraciones de todos los días y el obsequio
(flores espirituales), ver publicación del 1 de Mayo.
XII.
María en su huida a Egipto. —Total desprendimiento.
Pocos días después del Nacimiento del
Salvador, poderosos enemigos maquinan su muerte. Un Ángel del cielo avisa a
José, y María con su Esposo y el Niño se ven obligados a huir a Egipto, país
extranjero, idólatra y enemigo de su nación. María emprende sin vacilar este
viaje, y abandona, confiada en la Providencia, su país natal.
Tales sacrificios exige alguna vez el
servicio de Dios a las almas cuya fidelidad desea Él tener bien probada. A
Abrahán, al llamarle a ser padre de su pueblo, empezó por mandarle el Señor que
dejase su tierra, padres y parientes. Y en el Evangelio se nos dice repetidas
veces que es forzoso en casos dados dejar padre, madre, esposa y hermanos, y
hasta la propia vida para seguir a Cristo. Lo cual no significa sino la sublime
virtud del total desprendimiento, que es la fundamental de toda vida de
perfección. ¿Cómo quieres de otro modo volar
libre, alma mía, por los espacios iluminados y anchurosos del cielo, si tienes
trabadas tus alas con lazos de la tierra, que son las desordenadas aficiones de
que se trata aquí? El desprendimiento espiritual, en el grado mayor o menor
que sea necesario para el cumplimiento de los designios de Dios sobre tu alma, debe
ser constante trabajo de tu vida, si deseas traerla por los elevados senderos
de la santidad. Sal de tu patria, sal de los tuyos, sal de ti misma, si quieres
encontrar a Dios. Corazón que han de llenar pensamientos y afectos del cielo,
ha de vaciarse antes de todo pensamiento y afición terrena que allí pueda
estorbar.
Despegadme,
Dios mío, desterradme, desprendedme, descarnadme de cuanto no seáis Vos o no se
encamine directa y exclusivamente a Vos.
XIII.
María en su vida de destierro. —Vida de peregrino en el mundo.
Algunos años vivió la Sagrada Familia en
Egipto, desconocida allí e ignorada, sufriendo todas las tristezas de la
emigración y tal vez la pesadumbre de la miseria. Un día les llamó otra vez el
Ángel del Señor y les dio orden de volver a su país, por haber muerto ya los
que allí aborrecían al Niño.
Egipto debe ser este mundo para ti, alma
cristiana; y no como en tu propia patria, sino como en país extranjero has de
morar en él. País extraño, país enemigo de tu Dios, país en que no puedes echar
profundas raíces, país en que no se te concede vivir más que como ave de paso,
tal es esta tierra de la peregrinación. Yerras lastimosamente si te juzgas para
él criada. No, tu patria no es ésta; tu patria es el cielo, de donde procedes y
a dónde has de volver. No tienes, pues, aquí habitación permanente; camino es,
no posada: no fijes tu corazón donde sabes que no podrá hallar su definitivo
asiento. Al cielo, al cielo han de mirar siempre tus ojos; al cielo han de
dirigirse tus pasos; al cielo han de volar tus afectos; al cielo las
aspiraciones todas de tu corazón. Vida del cielo has de vivir aun estando acá
en la tierra, como en la patria y no en el país de su destierro tiene siempre
sus ansias el desterrado infeliz. Seas avecilla ligera, ganosa siempre de
espaciarte en las alturas, no grosero reptil pegado siempre el rostro a la
cenagosa tierra. No ha criado Dios la
tierra para que la ames y sirvas, sino para que la huelles con tus pies.
Aprende, alma mía, de la Virgen desterrada
estos anhelos de la patria inmortal. Vive en este mundo como si en él no
vivieses; posee como si nada poseyeses en él; trabaja como si únicamente para
el otro trabajases. ¡Acá no has venido a vivir: acá
no has venido más que a morir!
XIV.
María en Nazareth. —Amor a la vida oscura.
De regreso de Egipto moró la Virgen Madre
con su Esposo y el Niño Jesús en Nazareth. Nada dicen los Evangelios de este
período de la vida de María Santísima, sí sólo que el Niño crecía y estaba
obediente a Ella y a San José. No se vuelve a hablar de María hasta la época
del primer milagro de Jesús, cuando Éste tenía ya la edad de treinta años.
No sin misterio ha dejado el Espíritu Santo
como en la sombra este largo plazo de la vida de Nuestra Señora. Fué sin duda
para enseñarnos cuan preciosa es a los divinos ojos la oscuridad de la vida
común e ignorada, cuando manifiestas razones de divina vocación no nos llaman a
los deberes de la vida pública. No se
gana menos para el cielo en el silencio y penumbra de las virtudes solitarias y
caseras, que en el ruido y pompa de los actos heroicos y extraordinarios. Antes
bien, la santidad ama generalmente
esconderse como la violeta, y
derramar solamente para gloria de
Dios y para el buen ejemplo sus
perfumes. Lo cual no contradice al otro
deber que tenemos de dar público testimonio de nuestra fe cuando llegue el caso
de eso: enseña únicamente que hemos
de huir el aplauso y nunca obrar por él; no exhibirnos nosotros mismos en la
escena del mundo, sino esperar a que nos saque a ella Dios, si tal fuere su voluntad.
Y en caso de no exigirlo de nosotros motivos de orden sobrenatural, apetecer
siempre el humilde retiro, la condición llana y común, los caminos oscuros y
poco frecuentados. El demonio hace presa muy particularmente
en las almas que desean sobresalir vanamente entre la multitud y hacerse
visibles. El más seguro riesgo que en eso puede darse es por lo menos el de que
salgan muertas de todo mérito nuestras obras, y sólo llenas de amor propio y de
vanidad personal.
Busca
ser desconocido, ha dicho el libro profundo de la Imitación de Cristo, y esto
me enseña el ejemplo de María en su vida oculta e ignorada de Nazareth.
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