LEONARDO CASTELLANI, fallecido hace año y medio, fue seguramente el argentino más original como escritor y el más personal. Con ingenuidades geniales, lo mismo trataba en broma pero con gran claridad difíciles problemas filosóficos, que atacaba sin frases hechas la decadente poesía compuesta con versos, o versas, sin fondo, ni forma, ni ritmo, ni medida, ni sentido común, que publican las páginas dominicales de nuestros principales periódicos. Claro que un tipo asi, que llamó siempre a las cosas por sus nombres denunciando inmoralidades e incoherencias de todo orden, sin casarse con nadie; tenía que llenarse de enemigos, por una parte, y por otra verse privado del halago de esos grupos de mediocridades exquisitas, que postulan premios Nobel para seudo intelectuales cuyas mistificaciones están hechas de hojarasca cuando no de bodrios.
Pues bien, de este genio literario, de
género único, que mereció el premio Nobel antes que ningún otro de habla española,
en estos últimos veinte años; publicamos una carta manuscrita encontrada
casualmente (aunque la casualidad no exista), su respuesta a otra (carta) de
una señora que firma Lidia
El
genio y el santo son dos categorías diferentes y entre sí incompatibles. De
modo que usted al llamarme genio me niega la posibilidad de llegar a santo.
El genio nace genio; el santo no nace santo.
La santidad es una cosa sobreañadida. De modo que en el santo hay una división,
una dulidad (natura y gracia) mientras que en el genio hay una soberana unidad.
El genio es el supremo valor de la línea de la naturaleza. Es el hombre del
Destino; mientras el santo es el hombre de Dios.
El santo, aunque tenga mucho talento, no puede
llamarse genio sin injuria. “Genio religioso” llama Renán a Jesucristo. San
Juan de la Cruz y San Francisco de Asís no son genios. Genios son Napoleón,
Goethe, Shakespeare, Baudelaire. El genio triunfa en este mundo, el santo
fracasa. Al santo lo único que le interesa es una buena muerte; al genio la
interesa vivir y sabe vivir.
El genio vive en la inmediatez, el santo en
la profundidad, sepultado en Cristo. Usted dice que al genio no lo entienden
las medianías. Es un error. El genio es inteligible, no hay misterio en él.
Busca la grandeza exterior y la gente admira su grandeza. Es una fuerza de la
naturaleza.
El genio tiene la autoridad de su
inteligencia teórica o práctica, el santo se apoya en la autoridad de Dios. No
creemos a San Pablo porque haya sido muy inteligente sino porque llevaba la
palabra de Dios.
El santo vive en el plano religioso y el
genio en el plano estético: sus fines e ideales son tan diferentes que no es posible
componerlos entre sí; y los fines son los que determinan la personalidad.
Claro que usted me llama “genio” inocentemente
y con la mayor buena voluntad. Pero yo por nada del mundo quisiera serlo. Yo
quisiera ser un buen cristiano, lo cual no está en la línea de la genialidad.
El cristiano está en la línea del amor.
Aunque tenga talento, el talento no es el ápice de su personalidad, es una cosa
secundaria y “absorbida”. La “caridad” no es el ideal del genio; aunque pueda
por otra parte ser caritativo difícilmente.
El genio todo lo atrae a sí y lo refiere a
sí; el cristiano se da.
Discúlpeme estas filosofías. Con mi afecto.
L. Castellani.
FUENTE:
“La Voz de Santa Rita” año 1982
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