LA MUERTE DE SAN FRANCISCO JAVIER. S.J.
I.
Nuestro cuerpo es la prisión de nuestra alma; las cadenas, de que está cargada
en esta prisión le impiden elevarse hasta Dios. El Rey David y el Apóstol de
los gentiles dolíanse de esta cautividad. Y tú, oh hombre, amas esta prisión y
temes la libertad. ¡Ah! si conocieses la dicha que se gusta en el cielo en la
libertad de los hijos de Dios, pedirías al Señor que rompa tus cadenas. ¡Habitantes del cielo, cuán felices sois por haber dejado
esta prisión para ir a habitar un palacio de luz!
II.
Nuestras cadenas son nuestras pasiones, nuestra
concupiscencia, nuestros deseos y nuestros odios; ello es lo que nos ata a la
tierra y nos impide elevarnos hasta Dios. ¡Señor,
romped mis cadenas, desasidme de las creaturas, y entonces comenzaré ya desde
esta vida el sacrificio de alabanza que debo continuar durante la eternidad! El primer grado de la libertad es no ser esclavo de las
pasiones (San Agustín).
III.
Estamos, todos, condenados a muerte y sólo por ésta saldremos de nuestra
prisión terrenal; es una sentencia que se ejecuta enseguida en algunos y
después en otros. Tu cuerpo se consume, tus ojos se
debilitan, tus cabellos encanecen… ¿Qué significa eso, si no que tu prisión se
desmorona, que pronto tu alma encontrará salida para obtener la libertad?
Tiembla,
pues, pecador, porque saldrás de esta cautividad para entrar en el infierno.
Regocijaos, almas justas; saldréis de la prisión
para ascender a un trono. Que lo queramos o
no, avanzamos cada día, cada instante, hacia nuestro fin (San Gregorio).
Tened constancia en las
tribulaciones. Orad por los que son perseguidos.
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