ORIGEN DE ESTA DEVOCIÓN.
Los fundamentos históricos de la Hora Santa podemos
encontrarlos en estas palabras de Jesucristo a sus discípulos predilectos Santiago
y Juan: Aguardad aquí y velad conmigo en oración… ¿Es posible que no hayáis podido velar
una hora en mi compañía? “Velad y orad para no caer en la tentación,
pues si bien el espíritu esta pronto, la carne es flaca”.
Desea Jesús le acompañen en la oración del Huerto sus
discípulos, y siempre se han esforzado por hacerlo los fervorosos.
En estos últimos siglos ha pedido el Corazón
de Jesús el obsequio de esta compañía a su fidelísima confidente Santa Margarita de Alacoque. Hija mía—le dijo en cierta ocasión—, quiero
que veléis durante una hora, todas las noches del jueves al viernes, y
postradas en devota oración, me acompañéis en la agonía de Getsemaní, compadecerme en la amargura que experimenté
por el abandono de los apóstoles —representan éstos a los cristianos— y para implorar
misericordia por los pecadores.
Santa Margarita de
Alacoque se desveló lo indecible por atender la tierna súplica de Jesucristo,
obteniendo muy pronto la acompañasen en esa Hora Santa las religiosas de su
monasterio.
Posteriormente se ha extendido tan saludable
práctica por lodos los países y entre toda suerte de personas piadosas, constituyendo
en nuestros días uno de los ejercidos en honor de la Pasión muy difundidos y estimados.
Puede hacerse la hora Santa en público o en
privado, de las once a las doce de la noche. o a otra hora más oportuna de la
tarde del jueves, meditando cualquier misterio de la Pasión, preferentemente la
oración y agonía del Huerto de los Olivos.
Son numerosas las aprobaciones y
recomendaciones de tan santo ejercicio hechas por la Santa Sede, teniendo
concedida una indulgencia plenaria si a la Hora Santa se añade la confesión,
comunión y cualquiera otra oración por las intenciones del Papa, y aun faltando
dichas condiciones, diez años de indulgencia, haciéndola con el corazón
contrito en público o en privado (21 de mareo de 1938).
En la Vida de Santa Gema se nos habla extensamente del singular aprecio en que tenía
la virgen la Hora Santa, de la puntualidad y fervor con que la practicó hasta la
última semana de su vida y de los singulares favores, en particular la
participación de las llagas de la crucifixión, que le concedía el Señor desde
el punto que la comenzaba.
Se guiaba la Santa en este ejercicio por el opúsculo
que ofrecemos a continuación, y que formaba parte del Manual de ejercicios y oración
usado en el Instituto de Santa Zita,
donde Gema se educara, y compuesto por la venerable fundadora de dicho
Instituto, Sor Elena Guerra.
Por tratarse de un texto muy sólido, tierno y
sencillo, y por haberlo tenido en muy alto aprecio alma tan dirigida por el Espíritu Santo como Santa Gema, ha logrado esta Hora Santa enorme difusión
en todo el orbe católico.
Ofrecemos con todo afecto esta nueva edición
a los devotos de la Pasión, exhortándoles a practicar este ejercicio con la
puntualidad y fervor con que lo hacia Santa Gema,
para cosechar en él parecidos frutos de virtudes cristianas.
INTRODUCCIÓN
Colócate, alma piadosa, en la presencia de
tu amantísimo Salvador, y considéralo en aquella noche en la cual, después de
instituida la sagrada Eucaristía para hacerse tu alimento, sale con sus
apóstoles del Cenáculo para dirigirse al Huerto de los Olivos y comenzar aquella
dolorosísima Pasión, con la cual debía salvar al mundo.
Mortal tristeza nubla la frente del afligido
Jesús, y se trasluce en cada una de sus palabras. Palidez de muerte obscurece aquel
rostro sobre el cual resplandecía la gracia del Edén. Entretanto, el atribulado
Salvador fija sobre ti sus miradas, como si quisiera decirte: “Alma querida, que me costaste tantos
sudores, detente conmigo, al menos durante una hora, y considera si hay dolor
semejante a mi dolor... Y considera también que en la noche de mi agonía busqué,
en vano, quien me consolase”.
Adorable Jesús, ¿podrá jamás existir criatura tan ingrata y dura de corazón que rehúse pasar
una hora en vuestra compañía, recordando aquellos misterios de sumo dolor y
amor que se consumaron en la obscuridad de la noche de vuestra Pasión, en el
sagrado Huerto de Getsemaní?... Buen Jesús, heme aquí cerca de Vos: dignaos
darme a conocer la atrocidad de vuestros tormentos y el exceso de amor que os llevó
a ofreceros por víctima de mis pecados y de los de todos los hombres.
(Si la llora Santa se hace entro varias
personas, se puede alternar en cada cuarto de hora un cántico piadoso, por ejemplo,
la siguiente estrofa, que aparece en el original italiano o cualquiera de
nuestros cantos populares):
¡Oh,
redimidos al precio
de
una víctima sin par,
al
Huerto de los Olivos
venid
a sentir y amar!
Aquí,
donde por salvarnos,
lleno
de angustia y dolor,
a
ríos su sangre vierte
el
divino Redentor.
Con
El siquiera un momento
estemos
en oración,
suplicando,
dando gracias,
compartiendo
su aflicción.
PRIMER CUARTO DE HORA.
La tristeza de Jesús.
Mi
alma siente angustias mortales. —No hay dolor como aquel que con verdad
puede compararse al dolor de la muerte. Pues bien: nuestro Salvador, que es
Verdad infalible, para darnos a conocer lo excesivo del dolor que comenzó a
oprimirle desde su llegada al Huerto de Getsemaní, nos dice que su alma es presa
de tristeza mortal, esto es, que el dolor Que sufre es tan intenso, que podría causarle
la muerte. Dicho esto, penetra en el Huerto de los Olivo hasta el lugar donde solía
pernoctar en oración y exhorta a sus fieles discípulos, que había conducido
hasta allí para que fuesen testigos de sus penas, a velar y orar con él.
Después, alejándose de ellos como un tiro de piedra, se arrodilla delante de la
majestad del Padre, para dar principio a la oración más dolorosa y generosa que
jamás se haya hecho sobre la tierra.
El primer motivo de la tristeza de Jesús en Getsemaní
fué el horrendo cúmulo de ultrajes y oprobios que muy pronto caerían sobre él cual
tempestuosas olas de un mar agitado por la tormenta. En efecto: apenas se hubo
separado de sus amados discípulos, se presentaron a su mente todas las
terribles escenas de dolor y de sangre que debían realizarse en su Pasión.
Traiciones, deshoras, burlas, calumnias..., y después aquella horrible flagelación
que hará saltar en pedazos su carne lacerada y dejará sus huesos al
descubierto.
Pero esto no hasta. ¡Su sagrada cabeza será
traspasada de multitud de lacerantes espinas, que no le dejarán descanso hasta
la muerte. Será abofeteado, escupido y burlado...
Ni aun esto basta. Deberá sufrir la infamia de
una sentencia injusta y verse aborrecido de los príncipes de su nación y del
populacho.
Moribundo, a consecuencia de los tormentos sufridos,
ha de subir la montaña del sacrificio con la cruz sobre sus hombros lacerados, y
caer muchas veces, casi sin vida, bajo su enorme peso. Beberá la amarguísima hiel...,
será desnudado a vista de una multitud insolente..., será clavado de pies y
manos..., permanecerá tres horas pendientes de tres clavos, suspendidos entre
el cielo y la tierra, para expiar, en un abismo de penas, las iniquidades del
género humano.
Tampoco esto basta. A tan atroces
padecimientos deberá agregarse la amargura de los escarnios y burlas más
hirientes...; después la ardentísima sed, avivada por el amargo brebaje..., el
abandono del Padre..., el inmenso dolor de su afligidísima Madre..., la muerte
horrible y desolada...
Alma redimida con la sangre de Jesús, contempla
a tu Salvador sumergido en un mar de dolores..., y todo esto por su amor a ti,
para salvarte, para merecerte el cielo...
Oprimido de tanta angustia, Jesús se acerca a
los discípulos, a quienes había aconsejado velar y orar con Él, ¡pero los encuentra dormidos!...
¡Para el corazón de Jesús no hay una palabra
de consuelo ni un sentimiento de compasión!...
En su penosísimo abandono, Jesús vuelve
hacia ti, alma piadosa, su mirada moribunda, buscando en tu corazón algún
afecto alguna compasión o gratitud. ¿Y
no tendrás una palabra para consolarle? ¿Qué no hubieras hecho si realmente te
hallaras a su lado en la triste noche de su penosísima agonía?
¡Ay! Abro tu alma, y haz
ahora lo que hubieras hecho entonces, que igualmente será grato a su corazón,
pues que Jesús acepta siempre reconocido las expresiones de afecto que brotan
del pecho de sus amantes hijos. (Pausa.)
AFECTOS.
Padre Santo, que habéis amado al mundo hasta
el exceso de sacrificar a vuestro Hijo amado, en nombre de todos los redimidos os
doy gracias por vuestra infinita caridad, y os ofrezco la suma santidad y todos
los méritos de vuestro Hijo unigénito.
Padrenuestro,
Armarla y Gloria.
Padre Santo, que para librarnos de la eterna
perdición habéis acumulado sobre la adorable persona de vuestro unigénito Hijo
la carga execrable de nuestras maldades: yo os ofrezco la agonía de Jesús en Getsemaní,
suplicándoos me concedáis gozar eternamente los frutos de su Pasión.
Padrenuestro, Avemaria y Gloria.
Padre Santo, que para reconciliar con vuestra
Majestad ofendida a la humanidad culpable habéis sometido a los rigores de vuestra
inexorable justicia al Hijo inocente, que tomó sobro sí la pena merecida por nuestras
culpas: yo os ofrezco la amorosa sumisión de Jesús en Getsemaní, suplicándoos concedáis
la conversión y la salvación a todos los pecadores.
Padrenuestro,
Avemaria y Gloria.
¡Cuál
se nubla el sol divino!
¡Cuál
se entristece Jesús!
¡Cómo
por mí llora, oh cielos,
el
Padre de toda luz!
Ve
que su pena y congoja
inútiles
han de ser
para
los que van mal buscando,
ciegos,
querrán perecer.
Esta
vista horrenda y triste,
que
le aflige sin cesar,
el
corazón le traspasa
y
sangre le hace llorar.
“LA
HORA SANTA DE SANTA GEMA GALGANI”
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