Cristo.
Hijo mío, apoya tu corazón firmemente en Dios sin temer los juicios de los
hombres, cuando la conciencia te dé testimonio de tu virtud e inocencia.
Sufrir esos juicios es cosa buena, y hasta
una felicidad, y no será penoso para el corazón humilde que en Dios confía más
que en sí. Muchos hablan tanto que poco se les debe creer.
Por otra parte, no es posible agradar a
todos.
Aunque se esforzaba San Pablo por complacer a todos en el Señor, haciéndose todo para
todos, no dejaban algunos de censurarlo, de lo cual, sin embargo, hacia él
poquísimo caso.
Hacía
cuanto podía y estaba en su mano por edificar y salvar a su prójimo, sin poder
impedir que lo censurasen a veces o lo despreciasen. Por eso encomendaba
todo a Dios, que lo sabe todo, y con humildad y paciencia se defendía de las
malas lenguas y de los juicios infundados y erróneos de gente que decía cuanto
le daba gana.
Sin embargo, a veces contestaba a sus
críticos para que los débiles en la fe no se escandalizaran de su silencio.
¿Por qué temes a otro hombre mortal como tú?
Hoy es, y mañana ya no aparece. Teme a Dios, y no te aterrarán los hombres.
¿Qué puede hacerte el otro con sus palabras
e injurias? Más daño se hace así que a ti, y sea
quien fuere, no podrá escapar de la justicia de Dios. Tú piensa en Dios, y no
te pongas a altercar. Y si ahora pareces perder y sufrir confusión inmerecida,
no te indignes por eso, ni hagas que tu recompensa sea menor por tu falta de
paciencia; sino eleva tus ojos a mí, al
cielo, pensando que tengo poder para librarte de toda injuria y confusión, y
dar a cada cual según sus obras (cf. Mt 16, 27; Rom 2, 6).
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
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