LUTERO CONTRA LA MISA CATÓLICA
Lútero, en el fondo, no quería tratar estos hechos
con demasiada franqueza Decía que: “para llegar segura y eficazmente al final, es necesario
conservar ciertas ceremonias de la antigua misa, para que los débiles no se
escandalicen por el cambio demasiado brusco”. Algo parecido llevó a cabo la reina Isabel de Inglaterra, quien para atacar al catolicismo en su país y
poder implantar el anglicanismo, encargó a sus teólogos que no negasen
expresamente el dogma católico de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo
en la Santa Eucaristía, sino que lo dejen indeciso, a la elección de cada persona.
Con todos estos trucos, Lútero y otros
herejes lograron introducir lentamente el protestantismo en poblaciones
enteras, que se seguían considerando católicas, y que -cuando se dieron cuenta- ya habían asimilado las herejías.
Es terrible el éxito de estas medidas de
Lútero para disimular los cambios, en ambientes que hubieran reaccionado
enérgicamente si desde el principio se hubiesen dado cuenta de lo que se
tramaba: cambiarles la misa para
cambiarles la religión.
Esta
lección de la historia nos crea, en nuestros días, la grave obligación de
alertar a nuestros hermanos en la fe, contra un proceso similar de cambios en
la Misa de siempre.
La misa luterana fue
presentada en la Navidad de 1521, con las siguientes partes: Yo pecador la
oración de entrada, Kyrie eléison. Evangelio y predicación, nada de ofertorio,
Sanctus, los recitados en voz alta y en lengua de cada país de la institución
de la Cena, la comunión en la mano y bajo las dos especies (pan y vino), el Agnus
Dei y la bendición final. Ese nuevo culto fue una reducción y caricatura del
verdadero culto católico, pero una transformación algo tímida, que conservaba
aún mucho del esplendor de la Misa tradicional. Pensemos esto cuando nos digan
que la misa nueva se parece mucho a la Misa de siempre. No solamente eso no es
cierto, sino que, además, así empezó Lútero...
En resumen, Los protestantes concentraron
sus esfuerzos en tres puntos esenciales:
1) Negación del carácter
de sacrificio que tiene la Misa católica, salvo un sentido de sacrificio de
alabanza.
2) Negación de la
transubstanciación, esto es, el milagro de convertir el pan en el Cuerpo y el
vino en la Sangre de Jesús. Para ellos, no hay una presencia real de Nuestro
Señor Jesucristo en la Hostia Consagrada sino solamente una vaga presencia
espiritual.
3) Negación del
Sacerdocio real del celebrante; el sacerdote se reemplaza para ellos por la
reunión o asamblea de fieles, como si fuera un sacerdocio colectivo, bajo la presidencia
de un padre o pastor.
En la nueva misa existen muchos pasajes que
permiten sugerir estos tres puntos anteriores “baste recordar que ahora los sacerdotes leen en voz alta
unas oraciones llamadas presidenciales, en las cuates hablan en nombre de la asamblea. Durante toda
la Consagración leen en voz alta, por lo que también allí hablan en nombre de la asamblea. ¿Quién consagra
el pan y el vino entonces, en la nueva misa? ¿Un sacerdote, un presidente, un
pastor, o todos los fieles reunidos en un sacerdocio común?
Pero hay más; Los sacerdotes que dicen la
misa nueva hacen lo mismo que Lútero: ¡cambian las palabras de Jesús en la Ultima Cena! Ya no
dicen “por muchos” sino por todos”...
(Nuestro Señor decía: “Los cielos y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Convendría que muchos sacerdotes
de hoy recuerden las palabras del Divino Maestro).
Evidentemente, esta nueva falsa que se
parece tanto a la de Lútero, hace que, quienes asisten a ellas, también se
parezcan a los desprevenidos feligreses de Lútero: lentamente les iban
cambiando la fe, por culpa de una Misa que ya les habían cambiado antes.
Los resultados no merecen comentarios. La caída de la asistencia “a misa” ha sido
impresionante. Según una encuesta realizada en 1989 a nivel internacional, el
84,5% de las nuevas generaciones no asisten a la “misa dominical”. ¡Estos son
los frutos de la nueva misa! Del resto de los que asisten regularmente a la
nueva misa poco podemos decir, se podrían contar sin dificultad aquellos que,
en algún punto, no han asimilado ya algunas ideas protestantes. Esto es la
repetición del suceso ¿qué ocurrió en la Reforma protestante que acabamos de
enunciar, aunque a una escala mucho mayor.
Pero desgraciadamente
no nos sorprende. Ya desde los primeros años de la implantación de la nueva
misa, Monseñor Lefebvre, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X,
decía ya en 1975: “Resulta imposible, desde el punto de vista psicológico,
pastoral y teológico, que los católicos abandonen una liturgia (la misa
tradicional), que constituye verdaderamente la expresión y el sostén de su fe
para adoptar nuevos ritos que fueron concebidos por herejes, sin someter con
ello su fe a enorme peligro. No se puede imitar constantemente a los
protestantes sin convertirse en uno de ellos”. A juzgar por los
resultados, es indiscutible que Monseñor Lefebvre tenía razón: hasta tal punto
estaba en lo cierto que, luego de implantada la nueva misa varios protestantes
de diversas sectas declararon que no había nada en ella que contradijera sus ideas.
¿Acaso habían cambiado los protestantes,
se habían hecho católicos? No, fue al revés: para fabricarla nueva misa, en el
Concilio Vaticano II fueron llamados seis pastores protestantes corno asesores.
Luego, si en la elaboración de la nueva misa había asesores protestantes, no es
de extrañar que hoy las iglesias católicas se vacíen y se llenen los templos
protestantes...
Y una pregunta inquietante: ¿para qué llamar a los protestantes a
colaborar como asesores en la confección de la nueva misa? ¿Desde cuándo los protestantes
pueden enseñarles teología a los obispos católicos?
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