Encontramos el
naturalismo ya en el Renacimiento que, en su esfuerzo por recuperar las
riquezas de las culturas paganas antiguas, y en particular de la cultura y del
arte griegos, ha llevado a magnificar exageradamente al hombre, a la naturaleza
y a las fuerzas naturales. Exaltando la bondad
el poder de la naturaleza, se menospreciaban y se hacían desaparecer del
espíritu humano, la necesidad de la gracia, la orientación de la humanidad al orden
sobrenatural y la luz ofrecida por la revelación.
Bajo pretexto de arte,
se quiso entonces introducir por todas partes, hasta en las iglesias, ESE
NUDISMO –se puede hablar sin exageración de nudismo–que triunfa en la capilla
Sixtina en Roma. Sin duda, consideradas desde el punto de vista artístico, esas
obras tienen su valor, pero por desgracia, prima en ellas el lado sensual de
exaltación de la carne, totalmente opuesto a la enseñanza del Evangelio: “Pues
la carne codicia contra el espíritu, dice San Pablo, y el espíritu lucha contra
la carne” (Gálatas. 5, 17).
No condeno ese arte, si
se reserva a los museos profanos, pero no veo en él un medio de expresar la
verdad de la Redención, es decir, la feliz sumisión a la gracia de la
naturaleza reparada. Mi juicio es muy distinto con respecto al arte barroco de
la contrarreforma católica, especialmente en los países que resistieron al
protestantismo: el barroco hará uso todavía de angelitos regordetes, pero ese
arte de puro movimiento y de expresiones a veces Patéticas, es un grito de
triunfo de la Redención y un canto de victoria del catolicismo sobre el
pesimismo de un protestantismo frio y desesperado.
“LE
DESTRONARON”
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