La santa Iglesia de Dios hace pública
rogativa a su divina Majestad diciéndole en las Letanías mayores: “Del espíritu de fornicación, líbranos
Señor.” En esto se conoce cuán formidable es este pernicioso y feo vicio,
pues en especial pedimos al Señor que de él nos libre, por su infinita bondad y
misericordia. Conócese también de lo que
dice el Sábio, que ninguno puede ser continente y casto, si Dios no lo concede.
Así se dice en el sagrado Libro de la Sabiduría, notando que de sola la divina mano depende el serlo, para que con todo nuestro
corazon lo pidamos al Señor (Sap. VIII, 21). El santo Job confiesa lo mismo, diciendo, que nadie puede hacer casto y
limpio al que de inmunda fuente fué concebido (Job. XIV). Esto nos ha de obligar a clamar a Dios para que
nos libre de las horrendas y porfiadas
tentaciones contra la castidad y
pureza, pues no tenemos otro medio (la oración) para conseguir tan grande bien.
No
hay digna ponderación humana para explicar la excelencia del alma pura, casta y
continente. Así lo dice también el Sábio ilustrado de Dios: más toda ponderación no es digna del alma
continente (Eccles. XXVI, 20). Y por eso, cabalmente, se pone tan rabioso y
enfurecido todo el infierno contra las almas puras y castas.
El grande San Antonio Abad dijo a sus monjes, que eran innumerables las artes y
astucias del demonio para tentar y engañar a las almas. Por eso, cuando Lucifer cayó del cielo, se oyó aquella lamentable voz
que dijo: ¡Ay de ti tierra y mar! porque baja a vosotros el diablo, con grande ira,
sabiendo que tiene poco tiempo, para tentarlas y perderlas (Apoc, XII, 12).
Esta furia de los demonios se encamina más reciamente contra todas las personas
amadoras de la pureza y castidad, por lo mismo que Dios las ama tanto. Más aunque
algunos ponderan tanto sus tentaciones que digan que absolutamente no pueden resistirlas,
se engañan, y no dicen verdad; porque el Apóstol san Pablo dice lo contrario, y
es de fe católica, que Dios es fiel, y no permitirá que ninguno sea tentado más
de lo que pueda tolerar asistido de su divina gracia (Cor. X, 13). Otros
dicen, que aunque viesen el infierno abierto, no se pueden detener, según es la
vehemencia y
fiereza de su tentación. Estas y otras semejantes ponderaciones explican el furor y fuego de las tentaciones; pero no pueden tomarse al pié de la letra, pues el Espíritu
Santo dice: Acuérdate de los novísimos y jamás
pecarás (Eccles. VII, 14); y en
consecuencia, con la gracia de Dios, la
tentación, por viva que sea, siempre puede
resistirse. De algunas personas santas se refiere, que viéndose muy tentadas de
liviandad, aplicaron fuego material a su cuerpo; mas de ninguna se sabe que no se
remediase luego
con esta diligencia. ¿Quién de vosotros, dice el profeta Isaías, podrá habitar con el fuego devorador? ¿Quién morará con los ardores sempiternos? (Is. XXXIII, 14).
De tres causas, dice san Buenaventura, suele
proceder que las tentaciones de liviandad suban mucho de punto, de tal modo que
lleguen a parecer intolerables:
La
primera es, si nuestro pensamiento no se aparta, ni la imaginación advierte
de la idea torpe que se le representa. Si la representación indigna va y viene
una y otra vez, conmueve los humores malignos, que a manera de un fuego,
encienden la sangre, y aumentan la tentación de un modo que parece no ser
posible el resistirla. El remedio, es, pues, desviar prontamente la
imaginación a otra cosa, aunque sea natural o indiferente; y se verá por experiencia
que calma aquella fiereza de la tentación, en no pensando en ella. Pero mientras
la imaginación no cesa, la tentación camina siempre en aumento.
La
segunda causa de crecer tanto las tentaciones de esta especie, es, porque
el alma no está bien resuelta a despreciarlas y quitarlas, y arrojar lejos a Satanás,
y así se pierden. Fíanse en que es cosa leve lo que hacen, y engáñanse, y así
vienen a perecer miserablemente. El remedio es
una resolución firme, firmísima, de morir antes que pecar, y a consecuencia de ella,
evitar todas las ocasiones y peligros por pequeñas y especiosas que parezcan.
La tercera causa de la
vehemencia de estas tentaciones suele provenir de un sutil y pernicioso engaño
que el demonio persuade a gente timorata, que nunca se ha manchado con lo abominable
de esos vicios, que el deleite es sumo y grandemente apetecible; y que una vez experimentado,
saciará para siempre. Esta tentación se funda en dos horribles engaños del demonio,
claramente falsos; porque, la experiencia, lejos de saciar, enciende un furor
horrible, que exige nuevas culpas, y que hace a los vicios, y en especial al de
la liviandad, como hemos visto, insaciable; y por otra parte los deleites abyectos,
dado que sean vivos e intensos, ¡pero
son tan infames! ¡Tan momentáneos!
¡Tan asquerosos! llenan al alma de
tan negros remordimientos, que no debieran de probarse jamás.
“ESTRAGOS
DE LA LUJURIA Y SUS REMEDIOS”
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