I.
La desnudez del Hijo de Dios hecho hombre debe inspirarnos el desprecio de las
riquezas y el amor de la pobreza. Jesús es abandonado por todos; carece de
fuego, tiene sólo algunos pañales para defenderse de los rigores del frío. Es
la primera lección que Dios nos da viniendo a este mundo; ¿cómo
lo escuchamos nosotros? ¿Qué amor tenemos por la pobreza? Tanto la ha
amado Jesús, que ha descendido del cielo para practicarla. ¿Qué
remedio aplicar a la avaricia si la pobreza del Hijo de Dios no la cura? (San
Agustín).
II.
La humildad brilla con admirable fulgor en el nacimiento de mi divino Maestro.
Quiere nacer en un establo, de una madre pobre, esposa de un pobre artesano:
todo en este misterio nos predica humildad. ¿Podríamos
dejarnos todavía arrastrar a la vanidad? ¿Ambicionaremos todavía dignidades y
honores? Aprendamos
hoy lo que debemos amar y estimar; persuadámonos de que la verdadera grandeza
de un cristiano consiste en imitar a Jesús y en humillarse.
III. El
amor de Jesús por los hombres lo redujo a estado tan pobre y tan humilde. El
hombre se había perdido queriendo hacerse semejante a Dios; Dios lo redime
tomando su naturaleza y sus debilidades. Quiso Jesús hacerse semejante a
nosotros; respondamos a su amor haciéndonos semejantes a Él. Él
quiere nacer en nuestro corazón por la gracia; no le neguemos la entrada y
cuando esté en él, conservémoslo mediante la práctica de las buenas obras.
Cristo
nace en nuestra alma, en ella crece y se desarrolla: pidámosle que no quede
mucho tiempo pobre y débil (San
Paulino).
Practicad
la humildad.
Orad
por la Iglesia.
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