lunes, 19 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN SOBRE LOS SUFRIMIENTOS.

 



I. ¡Todos hemos ofendido a Dios y no queremos sufrir algo para apaciguar su cólera! Nuestros pecados nos han merecido el infierno, y cuando Dios, para evitarnos tormentos eternos, nos envía cortas y ligeras pruebas, nos derramamos en quejas y gemidos. ¿Qué condenado habría que no aceptase con placer el favor que con ello nos dispensa? Sufre, pues, con este pensamiento: Lo que yo sufro es poca cosa comparada con el infierno que he merecido.

 

II. Los sufrimientos de esta vida son poca cosa en comparación con los consuelos que Dios nos envía, cuando sufrimos animosamente por amor suyo. Estos consuelos son tan grandes, que embotan el aguijón del dolor; si los santos lloran en la soledad, lo hacen de gozo; si se quejan en el patíbulo, a menudo es porque la abundancia de los consuelos les impide gustar la hiel y la amargura del dolor.

 

III. ¡Cuán insignificantes son nuestros sufrimientos si los comparamos con la gloria que se nos promete en recompensa! ¡Por un momento de dolor, una eternidad de dicha! Además, el dolor nunca es universal, siempre va templado con algún consuelo; el gozo, por el contrario, será universal y sin mezcla de dolor alguno. Cuán leves parecerán nuestros dolores si pensamos en estas tres verdades. Los sufrimientos de esta vida nada son comparados con las faltas que hemos cometido, nada en comparación con los consuelos que se nos prodigan y de la gloria que se nos promete (San Bernardo).

 

Practicad la paciencia.

Orad por los afligidos.


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