I.
Debemos estar llenos de gozo cuando se nos advierte de nuestros defectos
porque, para corregirlos, primero hay que conocerlos. Enceguecidos por el amor
propio, estimamos en nosotros lo que vituperamos en los demás. Sea tu amigo o
tu enemigo quien te advierte tus defectos, siempre debes aprovecharte de ello;
no te excuses, no acuses a quienes censuran tu conducta. ¿Cómo
recibes tú las advertencias que se te hacen? ¿Cómo corriges los defectos que se
te hace notar?
II.
Cuando
se te señala alguna falta, examínate; si lo que se te dice es verdad,
corrígete. Si un enemigo o un hombre malo vitupera en ti algo laudable,
alégrate: señal es de que comienzas a agradar al Señor, porque desagradas a los
malos. Es
mejor ser vituperado sin causa que ser alabado sin motivo. Jesús, Salvador mío, no quiero
agradaros sino sólo a Vos. Que
los hombres hablen de mí como quieran, me importa poco: no son mis jueces.
III.
No examines las faltas de tu prójimo con ojo curioso y espíritu maligno. No lo
acuses, a no ser que tu posición haga que ése sea tu deber; y si los demás
censuran su conducta ante ti, excúsalo en la medida en que puedas. Examina tus defectos y no pensarás
en criticar los de tu prójimo. Aquél
que se examina no busca lo que es censurable en otro, sino lo que en él mismo
es digno de lágrimas (San
Bernardo).
Practicad
la caridad.
Orad
por vuestros superiores.
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