I.
El hombre ha nacido para trabajar. Mandó Dios a Adán que cultivase la tierra, y
nadie, sea cual fuese su posición, escapa a la ley del trabajo. Imita a Jesucristo que trabajaba con San José en el
taller de Nazaret; es el medio para hacerte agradable a Dios, útil a los demás
y a ti mismo. Quien trabaja, decían los
Padres del desierto, no tiene para combatir sino al demonio de la ociosidad; el
que está ocioso, es tentado por todos los otros demonios, porque la ociosidad es la madre de todos los vicios.
II. Trabaja como hacia San Eloy, ofreciendo a Dios tu trabajo al comienzo del día y de cada una de tus acciones. De tiempo en tiempo renueva esta intención; si hay algo que sufrir, ofrécelo a Jesús crucificado. Terminada tu tarea, examínate y pide perdón a Dios por las faltas que hayas cometido: he aquí el medio para santificar tu trabajo y acumular méritos para la eternidad. Hazlo así en todas tus ocupaciones, tanto corporales como espirituales, sean las que fueren.
Buscad tiempo para el recogimiento. Orad por los que os gobiernan
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