I.
He aquí al amigo íntimo de Jesús, aquél que descansó sobre su pecho en la
última Cena, y a quien el divino Salvador hizo partícipe de sus más grandes
secretos. La primera condición de una verdadera amistad es no tener secretos
para el amigo. ¿Está
abierto tu corazón para Jesús? ¿No tomas ninguna resolución sin haberlo
consultado? En todo tiempo puedes penetrar en su corazón por la adorable
llaga de su costado; ¡y
Él no puede hacerlo en el tuyo, lleno como está totalmente de las creaturas! Os
amo, oh Dios mío, y deseo amaros siempre más (San
Agustín).
II.
La segunda cualidad de la amistad es compartir con el amigo lo que se posee.
Ahora bien, Jesús durante su vida diose todo entero a San Juan y, al morir, le
dio a su madre. “Hijo
mío, dijo, he aquí a tu Madre”. San Juan se había dado por entero a
Jesús, había abandonado todo para seguirlo. Date del mismo modo todo entero a
Jesús, si quieres ser su amigo. ¿A
quién destinas tu corazón? El mundo es indigno de poseerlo. ¿Qué
has dado a Jesús en retribución de su ternura? ¿Le has consagrado tu cuerpo, tu
voluntad, tu inteligencia, en una palabra todo lo que eres y todo lo que
posees?
III.
En fin, la tercera cualidad de la amistad es la semejanza: el amor hace
semejantes a los amigos, si ya no lo son. Fue también este amor el que hizo a
San Juan semejante a Jesús, lo hizo también hijo espiritual de María. Jesús te
amará, si te asemejas a Él. Para lograrlo, es menester, no que te recuestes
visiblemente sobre el corazón de Jesús, sino que Jesús venga a tu corazón, y
que no tengas tú otra voluntad que la suya. Tener
los mismos gustos y las mismas repugnancias; he ahí la verdadera amistad (San
Jerónimo).
Amad a Dios.
Orad por
el aumento de la caridad.
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