I.
El
arroyo es el símbolo de tu vida y la imagen de tu muerte; corre hacia el mar
como a su centro. Cristiano, Dios te ha creado y debes volver a Él; es el único
objetivo que te debes proponer. A Dios sólo es a quien debes mirar, a Él
hacia quien debes tender. ¿Qué hay para mí en el cielo, qué he deseado en la tierra
sino a Vos, oh Dios de mi corazón y mi herencia para la eternidad? (El Salmista).
II.
El
arroyo no es detenido ni por las piedras ni por las espinas que encuentra; no
se para en los canales de metal y de mármol donde se le encierra; no se deja
desviar por la hierba y las flores que adornan sus orillas: corre siempre hacia
el mar. Como él, no te dejes desviar del camino que conduce a Dios, ni por la
adversidad ni por la prosperidad; para esto hay que despreciar las dulzuras de
la vida y vencer los obstáculos que se encuentran en la práctica de las
virtudes.
III.
El
arroyo siempre está en movimiento: parece que murmura y se queja de estar tan
alejado del mar. Vayas a donde fueres, aunque gustes todos los placeres del
mundo, nada hay fuera de Dios que pueda llenar tu corazón. Serás
feliz en este mundo amando a Dios y a nada más que a Él; pero tu corazón estará siempre inquieto
hasta que pueda perderse en el seno de Dios. Nos hiciste para Vos, Señor, nuestro corazón siempre
estará inquieto hasta que descanse en Vos
(San Agustín).
Conócete
a ti mismo.
Orad
por la Iglesia.
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