I.
San Esteban se declara abiertamente discípulo de Jesucristo. No teme la muerte porque está lleno de gracia y de
fortaleza; y esta gracia y esta fortaleza le vienen de su fe. La vista del
cielo, que se abrió ante sus ojos, lo hace insensible a los tormentos.
Si tuviese yo un poco de fe, si de tiempo en tiempo considerase la corona que
Dios me prepara en el cielo, ¿Qué
temería aquí en la tierra? ¿Qué amaría fuera de Vos, oh mi dulce Jesús?
II.
Soporta valerosamente la muerte y, al morir, ruega
por los que lo apedrean. Sufre tú por Jesús las persecuciones y la muerte, si
es necesario. Nada podrías hacer por Él de lo
cual no te haya dado ejemplo; pero sufre orando por los que te persiguen.
¿Sabes por qué San Esteban perdona tan fácilmente a
sus enemigos? Porque la crueldad de ellos
prepara su triunfo. ¿Cómo
quieres que se irrite contra aquellos que le abren la puerta del cielo? (San
Eusebio).
III.
Los Hechos de los Apóstoles dicen, al referir la muerte de este santo, que se
durmió en el Señor. Su muerte fue, pues, semejante a un dulce sueño: fue, en
efecto, el término de todos sus trabajos y el comienzo de su reposo. Señor,
concededme la gracia de morir con la muerte de los santos, con esta muerte tan
preciosa ante vuestros ojos. Alma mía,
vivamos, suframos, trabajemos, como los santos, y moriremos con la muerte de
los santos. ¡Que
muera yo con la muerte de los justos!
Practicad caridad.
Orad por vuestros enemigos.
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