I.
Hay
tres clases de pensamientos que
debemos rechazar, que hasta deberíamos prevenir.
Los
primeros son las distracciones en nuestra oración; nos arrebatan todo el fruto de
nuestras plegarias y, a menudo, nos hacen cometer nuevos pecados en el momento
en que deberíamos obtener el perdón de nuestras faltas pasadas. Para ahuyentar estos pensamientos
importunos, haz con frecuencia actos de fe; piensa
que Dios te ve, que oye tus ruegos y que castigará tu negligencia al no
desechar esas distracciones.
II.
Los
pensamientos contra la castidad son mucho más peligrosos todavía: fácil es
complacerse en ellos, detenerse en ellos voluntariamente y cometer en un
instante grandísimos pecados. Así, vigila, rechaza esos
pensamientos poniendo la atención de tu espíritu en otra cosa, ocupándolo con
pensamientos graves tales como los de la muerte, del infierno y del juicio. ¿Quieres verte libre de esta clase de tentaciones? Vigila tus sentidos: tus ojos y tus oídos son las puertas que les
dan acceso a tu alma.
III.
El
demonio te sugiere, a veces, dudas contra la fe: esas dudas son peligrosas,
sobre todo en la hora de la muerte. Las vencerás con la
humildad y la oración; desconfía, pues, de tus propias fuerzas e implora el
socorro del Cielo. La fe es un don de
Dios: Aquél que te la dio te la conservará, siempre que recurras a Él. Si, con
todo, esos pensamientos continuaran importunándote, haz actos de fe.
Cuanto más te cueste penetrar las verdades de la
salvación, más debes reverenciarlas y admirarlas (San Eusebio).
Practicad la modestia.
Orad por el Sumo
Pontífice.
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