I.
Bien está amar a los demás más que a sí mismo al punto de sacrificar la propia
libertad para sacar a un desdichado de la esclavitud, tal como hizo San Paulino.
Imita esta heroica virtud, amando al prójimo por lo menos como a ti mismo.
Sírvele, complácele, habla en su favor; en una palabra, trátalo como quisieras
que te trataran a ti, si estuvieras en su lugar. ¿Por
ventura podría decirse de ti lo que se decía de los primeros cristianos: Ved
cómo se aman; están dispuestos a morir unos por otros? (Tertuliano)
II.
Te inclinas naturalmente a hablar favorablemente de ti mismo, a encontrar
excelentes tus acciones, a disculpar tus defectos, a interpretar bien lo que te
concierne. Haz lo mismo respecto de tu prójimo; trátalo con indulgencia. No
quieres que se tengan ojos para tus faltas ni lengua para hablar de ellas. ¿Eres
ciego y mudo tú cuando los otros hacen mal?
III.
Tu amor por el prójimo debe ser universal, sin acepción de personas. Todos los
hombres llevan la imagen de Dios, todos han sido redimidos por la sangre de
Jesucristo, todos pueden ir al cielo; así, debes amarlos a todos, sin dejarte
guiar jamás por tu humor y tu capricho. De otro modo, tu amor no es más que
amor natural que no tiene derecho a recompensa alguna en el cielo. San Paulino se
hizo esclavo para rescatar a un hombre que no conocía, pero en quien veía la
imagen de Dios. Nuestro
amor, decía él, no considera ni la persona ni la condición de los hombres; ve
sólo las almas.
Amad
al prójimo.
Orad
por vuestros enemigos.
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