I. Somos un campo que
Jesucristo ha cultivado, que ha regado con sus sudores,
con sus lágrimas y con su sangre, y que el Espíritu Santo, con sus
inspiraciones y el rocío celestial de la gracia, trata de hacerlo fértil. ¿Cómo respondemos nosotros a tantos cuidados? ¿Qué frutos
producimos? Dios espera que demos las rosas
de la caridad y el lirio de la pureza; ¡y
nuestra alma, como una tierra ingrata, sólo produce espinas para coronar a
Jesucristo!
II.
Nuestro
Salvador compara a los justos con una viña.
Almas
justas, vosotras sois la viña del Señor; si se os hace llorar y gemir, señal es
de que Jesucristo os destina a dar buenos frutos. En
cuanto a vosotros, perversos, árboles infructuosos, crecéis a vuestro antojo y
sin sufrir nunca; mas, tiempo llegará en que seréis cortados y arrojados al
fuego; la funesta prosperidad en la cual vivís, es el triste presagio de los
males que os asaltarán al salir de esta vida. ¿Cuál es, entre los
sabios, aquél a quien no cambia la prosperidad? ¿Cuál, cuyos vicios no se
agrandan con la prosperidad? (Salviano).
III.
Cada
uno de nosotros debe construir un edificio espiritual con sus buenas acciones.
La base de este edificio es la fe; la esperanza, su sostén, y la caridad, el
coronamiento: porque la caridad es el coronamiento de toda virtud. ¡Ah! ¡Levantamos soberbios palacios en el mundo, como si para
siempre debiéramos permanecer en él, y descuidamos nuestro edificio espiritual!
¡No estamos seguros del mañana, y edificamos como si debiésemos
vivir eternamente! (San Jerónimo).
Sed vigilantes. Orad
por los predicadores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.