domingo, 4 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN EL CRISTIANO SE PARECE A UN CAMPO, A UNA VIÑA, A UN EDIFICIO


 



I. Somos un campo que Jesucristo ha cultivado, que ha regado con sus sudores, con sus lágrimas y con su sangre, y que el Espíritu Santo, con sus inspiraciones y el rocío celestial de la gracia, trata de hacerlo fértil. ¿Cómo respondemos nosotros a tantos cuidados? ¿Qué frutos producimos? Dios espera que demos las rosas de la caridad y el lirio de la pureza; ¡y nuestra alma, como una tierra ingrata, sólo produce espinas para coronar a Jesucristo!

 

II. Nuestro Salvador compara a los justos con una viña. Almas justas, vosotras sois la viña del Señor; si se os hace llorar y gemir, señal es de que Jesucristo os destina a dar buenos frutos. En cuanto a vosotros, perversos, árboles infructuosos, crecéis a vuestro antojo y sin sufrir nunca; mas, tiempo llegará en que seréis cortados y arrojados al fuego; la funesta prosperidad en la cual vivís, es el triste presagio de los males que os asaltarán al salir de esta vida. ¿Cuál es, entre los sabios, aquél a quien no cambia la prosperidad? ¿Cuál, cuyos vicios no se agrandan con la prosperidad? (Salviano).

 

III. Cada uno de nosotros debe construir un edificio espiritual con sus buenas acciones. La base de este edificio es la fe; la esperanza, su sostén, y la caridad, el coronamiento: porque la caridad es el coronamiento de toda virtud. ¡Ah! ¡Levantamos soberbios palacios en el mundo, como si para siempre debiéramos permanecer en él, y descuidamos nuestro edificio espiritual! ¡No estamos seguros del mañana, y edificamos como si debiésemos vivir eternamente! (San Jerónimo).

 

Sed vigilantes. Orad por los predicadores.


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