¿Qué es la Confesion?
Confesar equivale a descubrir.
La Confesión es el descubrimiento que debemos hacer de nuestros pecados a un
sacerdote, para obtener el perdón de Dios. Confesarse es ir a encontrar a un sacerdote,
a un ministro de Jesucristo y descubrirle con sencillez y arrepentimiento todas
las faltas que se ha tenido la desgracia de cometer.
Los que no se confiesan se forman de la
confesión las ideas más extravagantes y ridículas. Una señora protestante que
frecuentemente tomaba consejos de Monseñor de Cheverus, obispo de Boston, le decía
que la Confesion le parecía muy absurda. “No tanto como os parece, le dijo
sonriendo el buen obispo; sin que lo dudéis, vos sentís su valor y su
necesidad; porque hace tiempo que os confesáis conmigo sin saberlo. La
Confesión no es otra cosa que el contarme las penas de conciencia que queréis
exponerme para descargarla.” Aquella señora no tardó mucho en confesarse
formalmente y en hacerse católica.
Por lo demás nada hay más natural que la
Confesión. Hasta Voitaire (enemigo de la
Iglesia católica), autoridad nada sospechosa por cierto, asi lo confesaba en
uno de sus momentos lúcidos: “Quizás no
hay, escribía, institución más útil; pues la mayor parte de los hombres, cuando
han caído en grandes faltas, sienten por natural consecuencia el aguijón del remordimiento;
y solo encuentran consuelo sobre la tierra, pudiéndose reconciliar con Dios y
consigo mismos” (Notas sobre Olympia.)
Así pues cuando nos confesamos descargamos nuestra
conciencia de los pecados que la deshonran, y vamos a buscar en el Sacramento
de la Penitencia la paz del corazon y la gozosa tranquilidad del alma.
¿Y es de absoluta necesidad el confesarse?
Absolutamente, querido amigo, y no hay que oponerse.
Nuestro buen Dios es quien lo quiere, y él es nuestro supremo dueño. Se suele y
no hay duda de ello pasa (por desgracia),
clamar y protestar, maldiciendo este soberano precepto; más Dios es quien lo
manda; él mismo ha instituido la Confesión, y sus mandatos e instituciones deben
acatarse y cumplirse.
Al
bajar nuestro Señor a este miserable mundo, escogió un cierto número de
discípulos a quienes hizo ministros suyos, confiándoles la santa misión de
predicar la penitencia a todos los hombres y dándoles al propio tiempo a ellos
y a sus sucesores el poder de perdonar en su nombre todos los pecados.
Y por lo mismo nos ha impuesto a todos, sin excepción
alguna, la obligación de manifestar, de confesar nuestras faltas a estos
hombres que son sus ministros y sus representantes en la tierra; sin el
cumplimiento de esta obligación permaneceremos sumidos en el lodo de nuestros
pecados, y después de la muerte seremos
castigados con el infierno.
Es el mismo Dios, es nuestro Señor
Jesucristo quien dijo a sus Apóstoles: “Recibid
el Espíritu Santo. Serán perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros
se los perdonáreis, y retenidos a aquellos que vosotros retuviéreis. Todo lo que
atáreis en la tierra, atado será en los cielos, y todo lo que vosotros habréis
desatado en la tierra, también lo será en los cielos.” ¿Queréis nada más claro, nada más formal que estas palabras divinas: los
pecados serán perdonados a aquellos a quienes vosotros los perdonáreis?
Luego es el mismo Dios quien ha instituido la Confesión en la tierra; él es
quien nos manda que vayamos a confesar con sus sacerdotes, con el fin de
obtener, por su ministerio, la remisión de nuestros pecados, y librarnos del
fuego eterno.
De buen grado o por fuerza
es necesario pasar este camino: o la Confesión o el infierno; el infierno de interminables
tormentos. A cada uno toca escoger.
“LA
CONFESIÓN”
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