Acababa ya la batalla de la Pasión, cuando aquel dragón infernal
pensó que había alcanzado victoria del Cordero, comenzó a resplandecer en su
alma la potencia de su Divinidad, con la cual nuestro león fortísimo descendió
a los infiernos, y, vencido y preso aquel fuerte armado, lo despojó de la rica
presa que allí tenía cautiva, para que, pues el tirano había acometido a la
cabeza sin tener derecho a ella, perdiese por vía de justicia el que pensaba
tener en los miembros.
Pues si esto hace la navegación y destierro de un año o de dos años, ¿qué haría el destierro de tres o cuatro mil años, el día que recibiesen tan gran salud y viniesen a tomar puerto en la tierra de los vivientes?
Pues la alegría que la Sacratísima Virgen recibió este día con la vista del hijo resucitado, ¿quién la explicará?
Porque es cierto que como ella fue la que más sintió los dolores de su Pasión, así ella fue a quien más parte cupo de la alegría de su resurrección.
Pues ¿qué sentiría esta bendita Señora cuando viese ante sí su Hijo vivo y glorioso, acompañado de todos aquellos Santos Padres que resucitaron? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos? ¿Y las lágrimas de sus piadosos ojos? ¿Y los deseos de irse tras Él si le fuera concedido?
Pues ¿qué diré de la alegría de aquellas santas Marías, y especialmente de aquella que perseveraba llorando par del sepulcro, cuando se derribase ante los pies del Señor y le viese en tan gloriosa figura?
Y mira bien que después de la Madre a aquella primero apareció, que más amó, más perseveró, más lloró y más solícitamente le buscó; para que así tengas por cierto que hallarás a Dios si con estas mismas lágrimas y diligencias le buscares.
Después de esto considera también por una parte la flaqueza de los discípulos, que tan presto desfallecieron y perdieron la fe con el escándalo de la Pasión; y entiende por aquí cuán grande sea nuestra miseria, y cuán pocas cosas bastan para hacemos perder el esfuerzo y la confianza, por mayores prendas y firmezas que tengamos.
Y considera por otra la bondad y providencia paternal del Señor, que no desampara a los suyos por mucho tiempo, sino luego los consuela y socorre con el regalo de su visitación.
Conoce muy bien nuestra flaqueza; sabe la masa de que somos compuestos, y por esto no permite que seamos tentados más de lo que podemos.
Cinco veces les apareció el mismo día que resucitó, y los tres días del sepulcro abrevio en cuarenta horas, contando desde que expiró en la Cruz, que aún no hacen dos días naturales, y en lugar de estas cuarenta horas de tristeza les dio cuarenta días de alegría; para que veas cuán piadoso es este Señor para con los suyos, y cuán más largo en darles consolaciones que trabajos.
Considera también de la manera que apareció a los dos discípulos que iban a Emaús, en hábito de peregrino, y mira cuán afable se les mostró, cuán familiarmente los acompañó, cuán dulcemente se les disimuló, y en cabo cuán amorosamente se les descubrió, dejándolos con toda la miel y suavidad en los labios.
Sean, pues, tales tus pláticas cuales eran las de éstos, y trata con dolor y sentimiento lo que trataban éstos, que eran los dolores y trabajos de la Pasión de Cristo, y ten por cierto que no te faltará su presencia y compañía, así como a éstos no faltó.
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