domingo, 9 de abril de 2023

La Resurrección del Señor. Por Fray Luis de Granada.


 


   Acababa ya la batalla de la Pasión, cuando aquel dragón in­fernal pensó que había alcanzado victoria del Cordero, comen­zó a resplandecer en su alma la potencia de su Divinidad, con la cual nuestro león fortísimo descendió a los infiernos, y, ven­cido y preso aquel fuerte armado, lo despojó de la rica presa que allí tenía cautiva, para que, pues el tirano había acometido a la cabeza sin tener derecho a ella, perdiese por vía de justicia el que pensaba tener en los miembros.

   Entonces el verdadero Sansón, muriendo, mató sus enemi­gos. Entonces el Cordero sin mancilla, con la sangre de su tes­tamento sacó sus prisioneros del lago donde no había agua.   Entonces el verdadero David, con la espada de Goliás, cortó la cabeza a Goliás, cuando el Salvador con la muerte venció al autor de la muerte, el cual, por medio de ella, llevaba todos los hombres cautivos a su reino.

    Habida, pues, esta tan gloriosa victoria, al tercero día el autor de la vida, vencida la muerte, resucitó de los muertos; y así salió el verdadero José de la cárcel del infierno por volun­tad y mandamiento del Rey soberano, trasquilados ya los cabe­llos de la mortalidad y flaqueza y vestido de ropas de hermosu­ra e inmortalidad.

    Aquí tienes luego que considerar la alegría de todos los apa­recimientos que hubo en este día tan glorioso, que son: la ale­gría de los Padres del Limbo, a quien el Salvador primeramen­te visitó y sacó de cautivos; la alegría de la Sacratísima Virgen nuestra Señora; la alegría de aquellas santas mujeres que le iban a ungir al sepulcro, y la alegría también de los discípulos, que tan desconsolados estaban sin su Maestro y tanta consolación recibieron en verle resucitado.

   Pues, según esto, considera primeramente qué tan grande sería la alegría de aquellos Santos Padres del Limbo en este día, con la visitación y presencia de su libertador y qué gracias y alabanzas le darían por esta salud tan deseada y esperada.

   Dicen los que vuelven de las Indias orientales a España, que tienen por bien empleado el trabajo de la navegación pasada, por la alegría que reciben el día que entran en su tierra.

    Pues si esto hace la navegación y destierro de un año o de dos años, ¿qué haría el destierro de tres o cuatro mil años, el día que recibiesen tan gran salud y viniesen a tomar puerto en la tierra de los vivientes?

   Pues la alegría que la Sacratísima Virgen recibió este día con la vista del hijo resucitado, ¿quién la explicará?

   Porque es cierto que como ella fue la que más sintió los do­lores de su Pasión, así ella fue a quien más parte cupo de la alegría de su resurrección.

    Pues ¿qué sentiría esta bendita Señora cuando viese ante sí su Hijo vivo y glorioso, acompañado de todos aquellos Santos Padres que resucitaron? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos? ¿Y las lágrimas de sus piadosos ojos? ¿Y los deseos de irse tras Él si le fuera concedido?

    Pues ¿qué diré de la alegría de aquellas santas Marías, y es­pecialmente de aquella que perseveraba llorando par del sepul­cro, cuando se derribase ante los pies del Señor y le viese en tan gloriosa figura?

    Y mira bien que después de la Madre a aquella primero apa­reció, que más amó, más perseveró, más lloró y más solícita­mente le buscó; para que así tengas por cierto que hallarás a Dios si con estas mismas lágrimas y diligencias le buscares.

    Después de esto considera también por una parte la flaqueza de los discípulos, que tan presto desfallecieron y perdieron la fe con el escándalo de la Pasión; y entiende por aquí cuán grande sea nuestra miseria, y cuán pocas cosas bastan para ha­cemos perder el esfuerzo y la confianza, por mayores prendas y firmezas que tengamos.

    Y considera por otra la bondad y providencia paternal del Señor, que no desampara a los suyos por mucho tiempo, sino luego los consuela y socorre con el regalo de su visitación.

   Conoce muy bien nuestra flaqueza; sabe la masa de que somos compuestos, y por esto no permite que seamos tentados más de lo que podemos.

    Cinco veces les apareció el mismo día que resucitó, y los tres días del sepulcro abrevio en cuarenta horas, contando desde que expiró en la Cruz, que aún no hacen dos días natura­les, y en lugar de estas cuarenta horas de tristeza les dio cua­renta días de alegría; para que veas cuán piadoso es este Señor para con los suyos, y cuán más largo en darles consolaciones que trabajos.

    Considera también de la manera que apareció a los dos dis­cípulos que iban a Emaús, en hábito de peregrino, y mira cuán afable se les mostró, cuán familiarmente los acompañó, cuán dulcemente se les disimuló, y en cabo cuán amorosamente se les descubrió, dejándolos con toda la miel y suavidad en los la­bios.

    Sean, pues, tales tus pláticas cuales eran las de éstos, y trata con dolor y sentimiento lo que trataban éstos, que eran los do­lores y trabajos de la Pasión de Cristo, y ten por cierto que no te faltará su presencia y compañía, así como a éstos no faltó.

 


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