I.
Llora
tus miserias: el mundo es un valle de lágrimas, lleno de innúmeras calamidades,
donde los placeres mismos son fuente de mucho llanto; nuestros cuerpos son la
prisión de nuestras almas; nuestras enfermedades son los verdugos de nuestro
cuerpo; no es nuestra vida sino una serie continua de dolores y aflicciones.
Nacemos y vivimos en lágrimas, morimos en dolores, suspiros y sollozos. Con
todo amamos esta vida y huimos de la muerte que debe poner término a nuestros
dolores y a nuestras lágrimas.
II.
Llora tus pecados como David, que bañaba el lecho con sus lágrimas, que mojaba
su pan en llanto. ¡Si
lloras la pérdida de un amigo, de un pariente, de un pleito, qué lágrimas no
deberá arrancarte la pérdida del paraíso, que tus pecados te arrebataron! Llora
también los pecados de los demás si amas a Nuestro Señor Jesucristo, porque
esos pecados de nuevo lo crucifican.
III.
Consuélate,
tú, que lloras por tus miserias y tus pecados. Pasa el tiempo de tu exilio;
inadvertidamente te acercas a la patria. Dios enjugará todas tus lágrimas en el
cielo; ya desde esta vida calma tu llanto, si mana del dolor de tus pecados. ¿Qué
gozo puede compararse en este mundo al gozo de llorar nuestros pecados?
Si
es tan deleitoso llorar por Jesús, ¿qué no será regocijarse con Él?
(San
Agustín).
Pedid
a Dios la compunción del Corazón
Orad
por los obispos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.