I.
El pecador vive en tinieblas y en ceguera.
Las
pasiones oscurecen en él las luces de la razón y de la fe. No consulta como a
regla de su conducta, sino su placer, su interés y los deseos de su corazón
desordenado.
Si
siguiese las luces de la razón, ¿se
expondría acaso a suplicios eternos por placeres tan breves y tan vanos? ¿Si se
comportase según las luces de la fe, buscaría por ventura con tanto afán las
riquezas, que son tan grande obstáculo para la salvación de muchos?
II.
El
pecador recobra en el momento de la muerte estas hermosas luces de la razón y
de la fe que durante su vida se habían oscurecido.
Entonces
la razón le hace ver cuán insensato fue en trabajar toda la vida para amontonar
riquezas perecederas, para hacerse de amigos que no quieren o no pueden
socorrerlo. La fe le representa, en todo su horror, los suplicios del infierno
en los cuales no quiso pensar cuando gozaba de perfecta salud. Se despabila
entonces del profundo adormecimiento en el que vivió; abre los ojos a esta
horrible realidad que no quiso prever.
III.
En
esta diferencia
que existe entre la muerte y la vida del pecador, hay sin embargo un punto en
que concuerdan: ha
vivido como impío, muere como impío.
Los
santos mueren santamente, porque han vivido santamente; los malvados perseveran
en el crimen en el momento de la muerte porque en él perseveraron durante la
vida.
¿Quieres
saber cómo morirás?
Mira
cómo vives.
La constancia.
Orad por las órdenes
religiosas.
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