I.
Nunca se debe mentir, bajo ningún pretexto; pues siempre la mentira es pecado
que nos asemeja al demonio, padre de la mentira, y borra de nuestra alma la
cualidad de hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, que es la Verdad misma.
Hemos de sufrir la muerte, como San
Antimio, antes que consentir en una mentira, por leve que parezca. Una
mentira no es cosa de poca importancia, pues ofende a Dios infinito y
omnipotente. No
mires como leve nada que ofenda a Dios. (Salviano).
II.
Perjudicas a tu prójimo cuando le hablas contra tu pensamiento; lo engañas,
introduces, en cuanto de ti depende, la discordia en la sociedad. Si todos los
hombres fuesen mentirosos, ¿a qué extremos no llegaríamos? Injurias a
Jesucristo, que es testigo de tu mentira, pues los cristianos, al decir de San
Agustín, no sólo son los miembros de Jesucristo, sino que deben ser
también los órganos de su voz. ¿Dices
tú muchas mentiras? Examínate sobre este punto.
III.
Hay
personas cuya vida es una mentira continua; engañan a todo el mundo mediante su
hipocresía. ¡Oh! ¡Cuán raros son aquellos que quieren parecer lo que son! Dios
te ve tal cual eres; en vano te ocultas a los ojos de los hombres, Dios es tu
juez. Al final todo se descubrirá, se conocerán tus imposturas, a luz plena se
verá la verdad. Se
puede ocultar la verdad por un poco de tiempo, no se la puede hacer
desaparecer, la iniquidad puede triunfar por un instante, pero no reinar
siempre. (San Agustín).
Huir de la mentira.
Orad por la conversión
de los pecadores.
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