I.
La palabra del Salvador: Renúnciate
a ti mismo y lleva tu cruz, no ha sido dicha para los religiosos
solamente; se dirige a todos los cristianos en general. La
vida cristiana es un trabajo sin descanso, porque hemos de combatir sin cesar
nuestros deseos, apartarnos de lo que nos place y hacer lo que nos desagrada.
Pero consolémonos: si llevamos nuestra carga con amor, Dios la hará ligera.
Para
los que aman a Dios es más fácil cercenar siempre sus apetitos, que para los
que aman al mundo contenerlos algunas veces (San
Agustín).
II.
Además de la violencia que debemos hacernos a nosotros mismos para mortificar
nuestras pasiones, Dios nos enviará pruebas de toda clase. Aceptémoslas, no
solamente con resignación, sino con fe y gratitud: es una prueba del amor de
Dios hacia nosotros. ¿Cuál
es el hijo, dice San Pablo, a quien Dios no corrige? pues el Señor
castiga misericordiosamente a los hijos que ama. Así,
pues, persevera en la sumisión, prosigue el gran Apóstol; si Dios no te
castiga, es porque no te tiene por hijo legítimo, sino por bastardo.
El
que no sufre en el exilio no se regocijará en la patria (San
Agustín).
III.
San
Sabas ve a los ángeles que lo llaman desde la otra orilla del río al que
lo van a precipitar, y conjura a sus verdugos a que apresuren su suplicio. En
tus pruebas vuelve los ojos al Cielo.
Considera
lo que se te ha prometido; para quien tiene en vista la recompensa nada hay que
no le parezca leve y fácil, y la esperanza del salario suaviza la fatiga del
obrero (San
Jerónimo).
Poned
vuestro pensamiento en el cielo.
Orad
por los afligidos.
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