Aclaración
de Nicky Pío: Esta publicación es una valiente
refutación del R.
P. Joaquín Sáenz y Arriaga, a errores que La TRADICIÓN de Iglesia Católica, LAS
SAGRADAS ESCRITURAS y hasta el mismo CRISTO (fuente clara de las anteriores)
jamás sostuvieron. Ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo por medio del Espíritu
Santo en San
Mateo Cap. 12. V. 30 “Quien
no está conmigo, está contra Mí, quien
no amontona conmigo, desparrama.”
No existe bien alguno
en la mentira queridos hermanos, ya lo dijo el Señor: el demonio es el padre de
la mentira. (San
Juan Cap. 8. V. 44)
Amamos y rezamos
incluso por los enemigos de Cristo, como Él mismo Señor lo mandó, pero no
podemos callar la verdad, que Cristo predicó públicamente y pago con su sangre.
Y si de temor se trata,
no tengan vergüenza de reconocerlo, pidan a Dios vencerlo, el mismo Cristo
(cómo verdadero hombre) tuvo miedo en su Agonía en Getsemaní, pero venció el
temor que paraliza y eligió hacer la voluntad del Padre.
Como enseña el Santo y
mártir Tomás Moro en su inconcluso libro “La Agonía de Cristo”: Cristo nos enseñó a vencer el miedo, y así venció a
dos enemigos, al
temor que es el peor enemigo, pues está dentro de uno y nos impide
realizar el bien,
y a los hombres que querían matarlo, incluyendo al mal falso de todos,
que venía en actitud de amistad, sellando su traición con un beso.
El Inmaculado Corazón
de María nos libre de todo respeto humano, para no emular el comportamiento de
los traidores y cobardes que niegan a Nuestro Señor, por una palma de efímero
poder, por una miserable riqueza, por
placeres que pronto se vuelven hiel y hastío. Por un poco más de vida en este
destierro que llamamos mundo. Nada somos, sin Dios uno y trino, nada somos si
no podemos llegar a nuestra Patria Celestial, Sólo paja seca que se consumirá
en el fuego eterno.
Dada la extensión de
esta publicación de hecho un (opúsculo) lo voy ir haciendo por partes para no
cansar al lector y darle tiempo a meditar su contenido, les advierto no es una
lectura para católicos que no conozcan el problema que causo el Concilio
Vaticano II, o no conozca lo que el mismo Cristo dijo sobre los Judíos, para
entender las blasfemias de la revista Look, sin contar las grandes mentiras y
difamaciones contra la Iglesia Católica y los católicos, para entender
claramente la verdad, “invertida por la revista LOOK” es necesario tener una
sólida formación previa. Pues estos siniestros personajes como su padre son muy
astutos para torcer la verdad, enredar las cosas, y atrapar a los incautos.
Todo sea A.M.D.G. y
salvación de las almas.
Nicky Pío (siervo
inútil del Señor)
Pbro. Moisés Villegas R. Julio 27 de 1966.
Rev.
Padre:
Por encargo del Excmo. Sr. D. Juan Navarrete he remitido a S. R. el comentario que
anteriormente había enviado al Excmo. Sr., para su consideración. Adjunto
encontrará el documento de aprobación del Sr. Navarrete para que dicho comentario
sea divulgado en esta Arquidiócesis.
Espero que todo llegue a sus manos a entera
satisfacción. Pbro.
Moisés Villegas R.
Hemos
leído con detención y ponderado seriamente los conceptos expresados por el Dr. D. Joaquín Sáenz Arriaga en su comentario a los artículos del Sr.
Josep Koddy (Revista look, Enero 25 de 1966),
acerca de la Declaración que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha hecho sobre
el problema judío, y nada hemos encontrado que de alguna manera se oponga al
Dogma Católico. Por esta razón autorizamos al expresado Sr. Pbro y Doctor
Sáenz Arriaga para que divulgue su opúsculo
en esta Arquidiócesis.
Hermosillo,
Sonora. Julio 23 de 1966.
JUAN
NAVARRETE. Arzobispo de Hermosillo.
DOS PALABRAS DE INTRODUCCION
Al escribir este comentario, hemos buscado
tan sólo el servicio de Dios. Nos pareció irritante el que nuestros enemigos
ataquen la indefectibilidad de la Iglesia y quieran hacer pensar al mundo que
ellos (los
judíos) con su dinero y con su intriga han podido cambiar la doctrina
católica. Yo
creo en la Iglesia de los Papas y de los Concilios, no en la Iglesia de un Papa
o de un Concilio. Es absurdo querer desvincular las enseñanzas
dogmáticas, disciplinares o pastorales del Concilio Vaticano II de la
contextura veinte veces secular de la doctrina apostólica, de la doctrina de
los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, de la doctrina de los Concilios y
de los Papas precedentes, de la doctrina secular de toda la teología católica. Cualquier
progreso, que desconozca el pasado, no es progreso, sino ruina y destrucción;
cualquier sentido contrario al que los dogmas han tenido, no es interpretación,
es claudicación.
Si los teólogos progresistas pueden escribir
y defender sus locuras, creo que hay derecho también para que la voz de la
tradición doctrinaria pueda escucharse. Creo en la Iglesia, cuyas notas
distintivas son: “Una,
Santa, Católica y Apostólica”. Y la
Apostolicidad de la Iglesia significa precisamente esto: su indeficiente
tradición que, arrancando de los Apóstoles y de la Iglesia primitiva, conserva
incólume el Depósito de la Divina Revelación.
Esa doctrina tradicional de la Iglesia, que
rudimentaria, pero claramente aprendí en mi familia y en el Instituto de
Ciencias del Sagrado Corazón de Jesús en Morena, (de los Hermanos de las
Escuelas Cristianas) quedó después esclarecida y arraigada en mi alma en la
sólida formación filosófica y teológica de la antigua y santa Compañía de
Jesús.
Pbro.
Dr. Joaquín Sáenz y Arriaga.
Los
dos últimos esquemas conciliares de la Declaración, publicados por la revista
LOOK.
El primero fue aprobado el 20 de noviembre
de 1964, el segundo lo promulgó Paulo VI, el 28 de octubre de 1965.
1)
Texto aprobado el 20 de noviembre de
1964:
“Este Sínodo, al rechazar las injusticias de
cualquier clase, que en cualquier ocasión se hagan a los hombres, teniendo en
cuenta el común patrimonio (entre judíos y católicos), deplora, más aún,
condena, el odio y la persecución contra los judíos, ya haya sido hecha, en
tiempos pasados o ya se esté haciendo en nuestros días”.
“Procuren, pues, todos, que en la enseñanza
del catecismo y predicación no se enseñe nada que pueda traducirse en odio o
desprecio a los judíos en el corazón de los cristianos. Que nunca presenten al
pueblo judío como rechazado, maldito o reo del Deicidio. Todo lo que sufrió
Cristo en su pasión en manera alguna puede atribuirse a todo el pueblo (judío)
que entonces vivía y muchos menos el pueblo (judío) que ahora vive”.
2)
La Declaración promulgada el 28 de
octubre de 1965:
“Aunque las autoridades judías y aquellos
que les seguían presionaron para obtener la muerte de Cristo (cf. Juan XIX, 6),
sin embargo, lo que sufrió Cristo en su pasión no puede ser atribuido, sin
distinción alguna, a los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy.
Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben presentarse
como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada
Escritura. Vean, pues, todos, que en la obra catequista o en la predicación de
la palabra de Dios no se enseñe nada que sea inconsistente con la verdad del
Evangelio y con el espíritu de Cristo.
Más todavía, la Iglesia, que rechaza
cualquier persecución contra cualquier hombre, teniendo presente el común
patrimonio con los judíos y movida no por razones políticas, sino por el
espiritual amor del Evangelio, deplora el odio, las persecuciones y los movimientos
de anti-semitismo, que hayan sido promovidos contra los judíos en cualquier
tiempo y por cualquier persona”.
CÓMO LOS JUDÍOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATÓLICO Por: JOSEPH RODDY. Revista LOOK 25 Enero 1966.
En la sencillez de su fe la mayoría de los
católicos apoyan sus creencias en las difíciles preguntas y no bien maduradas
respuestas del catecismo. Los niños en las escuelas de la Iglesia memorizan sus
páginas, que difícilmente olvidan el resto de su vida. En el catecismo aprenden
que el dogma católico no cambia y más vivamente que los judíos mataron a
Jesucristo. Por causa de este concepto cristiano, el antisemitismo se propagó,
como una enfermedad social, por el organismo del género humano, durante 20
siglos que han pasado desde la muerte de Cristo. Su virulencia ha crecido en
ocasiones y en ocasiones ha disminuido, pero antisemitas nunca han dejado de
existir. Las mentes enfermas, siempre prontas a argumentar en todas las
materias, parecen que se han unido en todas las ocasiones para despreciar y
atacar a los judíos. Fue un convenio de caballeros lo que llegó hasta la
culminación de Auschwitz.
Es verdad que son pocos los católicos que
directamente enseñan a odiar a los judíos. Sin embargo, la doctrina católica no
había podido eludir la narración del Nuevo Testamento, según la cual los judíos
provocaron la Crucifixión. Las cámaras de gas fueron tan sólo la última prueba
de que los judíos no habían sido todavía perdonados. Pero la mejor esperanza de
que la Iglesia de Roma no aparecerá de nuevo complicada en un genocidio de esta
magnitud es el capítulo IV de la “Declaración
(Conciliar) acerca de la Relación de la Iglesia con las Religiones
no-Cristianas”, cuya declaración fue
promulgada por Paulo VI, como ley de la Iglesia, casi al fin del Concilio
Vaticano II. En ningún lugar de su declaración o de sus discursos desde la
Cátedra de San Pedro, el Papa menciona a Jules Isaac. Pero, quizás el Arzobispo de Aix, Charles D. Provencheres haya dejado perfectamente esclarecida la
ingerencia de Isaac,
en la proclamación de este decreto cuando dijo: “Es
un signo de los tiempos el que un seglar y sobre todo un seglar judío haya
originado un decreto del Concilio”.
Jules Isaac era un famoso historiador, un miembro de la Legión de Honor y un
Inspector de las escuelas en Francia. En 1943, tenía él 66 años de edad y vivía
una vida desolada cerca de Vichy, después de que los alemanes se habían
apoderado de su esposa y de su hija. Desde entonces, Isaac no podía menos de
cavilar constantemente sobre la apatía con que el mundo cristiano había
contemplado el hado de los judíos incinerados.
Su libro “Jesús e Israel” fue publicado en 1948, y su lectura impulsó
al Padre Paul Démann a revisar
cuidadosamente los textos escolares y a comprobar así la amarga queja de Isaac,
según la cual los católicos, inadvertidamente, si no con toda intención, habían
enseñado este desprecio y este odio hacia los judíos. Gregori Baum, sacerdote
agustino, nacido en la ortodoxia judía,
llamó a este libro “un
conmovedor relato del amor que Jesús había tenido por su Pueblo, los judíos, y
del desprecio y odio que, más adelante, los cristianos habían abrigado hacia
ellos”.
El
libro de Isaac fue ampliamente difundido. En
1949, el Papa Pío XII concedió una breve audiencia a su autor. Pero debían pasar 11 años más para que
Isaac pudiera ver una esperanza verdadera. A mediados de junio de 1960, la
Embajada de Francia en Roma introdujo a Isaac a la Santa Sede. Isaac quería ver
personalmente a Juan
XXIII; sin embargo, él fue conducido ante el Cardenal Eugenio Tisserant, quien lo envió a
entrevistarse con el archiconservador Cardenal Alfredo Ottaviani. Ottaviani, a su vez, lo envió al anciano Cardenal
Andrés Jullien, de 83 años de edad, quien con la mirada fija
y sin manifestación alguna de emoción, escuchó las palabras con que Isaac trataba de demostrar que la doctrina católica
conducía inevitablemente al anti-semitismo.
Cuando
hubo terminado su exposición, el judío calló, como si esperase una reacción del
Cardenal, pero Jullien se mantuvo como una piedra: Isaac, que estaba medio
sordo, fijamente observaba los labios del Prelado. El tiempo pasaba, y ninguno
de los dos hablaba. Isaac pensó salir del aposento, pero antes decidió hacer
esta pregunta: “¿A quién tengo que entrevistar yo
para plantear este terrible problema?”; y, después de otra larga pausa, el viejo
Cardenal finalmente dijo: “A Tisserant”. Isaac replicó que ya había visto a
Tisserant. Otro largo silencio siguió luego. La siguiente palabra del viejo
Cardenal fue: "Ottaviani". Isaac insistió diciendo que ya lo había
visto. Y. al fin, después de otra pausa de silencio, brotó la tercera palabra: “Bea”. Con
esta consigna, Jules Isaac se encaminó a ver a Agustín
Bea, el único jesuita miembro del
Colegio de Cardenales, Tudesco de origen. “En él, dijo Isaac más adelante,
encontré luego un decidido y poderoso colaborador”.
Al día siguiente, Isaac tuvo un apoyo más
fuerte. Juan XXIII, de pie, en el pasillo de los
aposentos Papales del cuarto piso, estrechó la mano de Jules Isaac y le hizo
sentar después a su lado. “Yo
me presenté, como un no-cristiano, el promotor de la Amistad Judeo-Cristiana,
un hombre muy sordo y viejo, dijo Isaac”.
Juan habló largamente de su devoción por el Antiguo Testamento, de su estancia
como diplomático en Francia y preguntó a su visitante dónde había nacido.
Comprendió Isaac entonces que el Sumo Pontífice quería charlar con él y empezó
a preocuparse por la manera cómo debía él dirigir esta conversación hacia el
tema anhelado. “Vuestra
política, dijo el judío al Papa, ha despertado grandes esperanzas en el Pueblo
del Antiguo Testamento”. Y agregó luego: “¿No
es este mismo Papa, con su gran bondad, responsable de que nosotros hayamos
concebido mejores esperanzas?”. Juan sonrió afablemente. Isaac había
ganado para su causa a uno que quería escucharle. El judío dijo después al
Papa, que el Vaticano debería estudiar el anti-semitismo. Juan contestó
entonces que él había estado pensando desde el principio de su conversación con
el judío, la conveniencia de hacer este estudio.
“Yo pregunté luego si podía yo llevar conmigo algún rayo de esperanza”, recordó Isaac más adelante. A lo que Juan
respondió diciendo que tenía derecho a algo más que a una esperanza; y,
haciendo a los límites de su soberanía, añadió: “Yo
soy la cabeza, pero debo consultar también a otros...esta no es una Monarquía
absoluta”. Para mucha gente en el mundo el gobierno de
Juan parecía ser una monarquía benévola. Por causa suya, muchas cosas habían acaecido
entre el catolicismo y el Judaismo.
Meses
antes de que Isaac expusiese su querella en contra de los “Gentiles”,
el Papa Juan había organizado un Secretariado del Vaticano para la Promoción de
la Unidad Cristiana, bajo la dirección del Cardenal
Bea. Este Secretariado tenía por objeto presionar la reunión de la
Iglesia Católica con las Iglesias, que Roma había perdido por la Reforma. Después que Isaac se separó, Juan
manifestó claramente a los administradores de la Curia Vaticana, que una firme
condenación del antisemitismo católico debía salir del Concilio que él había
convocado.
Para el Papa
Juan, el Cardenal germano era el
legislador indicado para ejecutar este trabajo, aun teniendo en cuenta que su
Secretariado por la Unidad Cristiana parecía a muchos tener
una dirección combativa para realizar con esta base, este nuevo objetivo. Para entonces habíase ya establecido un gran diálogo
entre las oficinas del Concilio Vaticano y los grupos judíos, y tanto el Comité
judío-Americano como la Liga Anti-Difamatoria de la B'nai B'rith hablaron con
vigor y claridad en Roma. El
Rabino Abraham J. Heschel, del Seminario Teológico Judío de Nueva York, que
había conocido 30 años antes en Berlín la personalidad y las actividades de Bea, entró en contacto con el Cardenal en Roma. Ya
Bea había leído “La Imagen de los Judíos en la
Enseñanza Católica”, escrita y
publicada por el Comité Judío Americano.
Esta obra fue seguida por otro estudio del mismo Comité Judío Americano, de
unas 23 páginas, “Los Elementos Antagónicos a
los judíos en la Liturgia Católica”.
Hablando
en nombre de ese Comité Judío Americano, Heschel manifestó a su Eminencia el
Cardenal Bea su esperanza de que el Concilio Vaticano purgara la doctrina
católica de cualquiera palabra que sugiriera que los judíos son una raza
maldita. Y, al hacer esto, esperaba Heschel que el Concilio se abstuviese de
cualquiera exhortación o sugerencia para invitar a los judíos a hacerse
cristianos. Por ese mismo tiempo el Dr. Nahum Goldmann
en Israel, Jefe de la “Confederación Mundial de
Organizaciones Judías”, entre cuyos miembros existen judíos de distintas
tendencias (desde las más ortodoxas hasta las más liberales), urgía al Papa con
idénticas aspiraciones.
La B'nai B'rith pedía a los católicos que
desarraigasen de todos los servicios litúrgicos de la Iglesia cualquier
lenguaje que, de alguna manera, pudiera insinuar el anti-semitismo. Ni
entonces, ni en cualquier tiempo futuro sería fácil el realizar completamente
estos anhelos. La liturgia católica, que fue sacada de los escritos de los
primeros Padres de la Iglesia, no podría fácilmente tener una nueva edición. “Aunque
Mateo, Marcos, Lucas y Juan hayan sido mejores evangelistas que historiadores,
sus escritos, según el dogma católico, fueron divinamente inspirados; y
alterarlos sería tan imposible, por lo tanto, como cambiar el centro del sol.
Esta dificultad puso en graves apuros teológicos así a los católicos, que
tenían las mejores intenciones, como a los judíos, que tenían la más profunda
comprensión del catolicismo.” Y,
al mismo tiempo, provocó la oposición de los conservadores de la Iglesia y, en
cierto grado, las ansiedades de los árabes en el Medio Oriente.
La acusación de los conservadores contra los
judíos era que estos eran deicidas, culpables de dar muerte a Dios en la
persona Divino-Humana de Cristo. Y
que afirmar ahora que los judíos no eran deicidas era tanto como decir de una
manera indirecta que Cristo no era Dios, porque el hecho de la ejecución
en el Calvario era incuestionable para la teología católica. Sin
embargo, la ejecución del Calvario y la religión de aquellos que creen en ella,
son las razones por las cuales los antisemitas vituperan a los judíos como “asesinos
de Dios” y, “asesinos
de Cristo”. Era evidente, por lo tanto, que las Sagradas Escrituras
de los católicos tendrían que ser sometidas a juicio, si el Concilio se decidía a hablar acerca de los deicidas y de los
judíos. Hombres
sabios y viejos mitrados de la Curia aconsejaron que los Obispos del Concilio
no debieran tocar este tema delicado. Pero, una vez más, Juan
XXIII ordenó que el problema se incluyera
en la agenda del Concilio.
“CON
CRISTO O CONTRA CRISTO”
R.P.
Joaquín Sáenz y Arriaga.
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