La santa virgen
Genoveva, defensora y patrona de la ciudad de París, nació en la aldea de Nanterre,
a dos leguas de aquella capital. Desde niña, resplandeció en ella la gracia de
Dios en tanto grado, que al verla san Germán entre la muchedumbre del pueblo
que le salía a recibir, dijo a sus padres que aquella niña, a la sazón de siete
años, era singularmente escogida de Dios, y que eran dichosos por ser padres de
tal hija. Consagróla después a Jesucristo, y le puso una cruz al cuello, para
que la llevase como preciosa joya de su Esposo divino.
Toda la vida de esta santa doncella fué un
portento de extraordinarias virtudes. Desde los quince años hasta los
cincuenta, solamente comía dos días de la semana, que eran domingo y jueves.
Desde la fiesta de los Reyes hasta el Jueves santo, jamás salía del
encerramiento de su celda, donde tenía su paraíso y sus dulcísimas comunicaciones
con el divino Esposo de su alma.
Notorios eran en París y en toda Francia sus
milagros y profecías. Resucitó a un niño muerto que había caído en un pozo y
aún no estaba bautizado; y a un hombre manco le restituyó la mano.
Llegó en este tiempo a Francia, Atila, rey
de los hunos, que se llamó azote de Dios, y realmente lo fué por las provincias
que destruyó y arruinó y por la mucha sangre que derramó. Acercóse a la ciudad
de París, y temiendo los naturales de ella que la asolase como había hecho con
otras muchas ciudades, determinaron para salvar sus personas, hijos y hacienda,
abandonar la población y retirarse a partes remotas y seguras. Súpolo Genoveva
y les persuadió que no se arredrasen ni temiesen tanto, sino que acudiesen a
Dios con oraciones, ayunos y limosnas, porque aquella bestia fiera no destruiría
la ciudad ni entraría en ella. Y así fué, como había dicho la santa. Estando
muy afligida la ciudad por falta de pan, embarcóse Genoveva con otra gente en el
río Sena en busca de sustento y volvió a París con las naves cargadas de trigo.
El rey Childerico, aunque no era bautizado, tenía gran devoción a la santa virgen,
y por su gracia perdonaba a los delincuentes condenados a muerte.
El gran Simeón Estilita, desde las más
remotas partes del oriente, solía mandar a visitarla. Murió a la edad de
ochenta y nueve años, el día 3 de enero, y fué sepultada con grande pompa y
devoción de todo el pueblo de París. El rey Clodoveo y la reina Clotilde le
dedicaron un suntuoso templo.
Reflexión: Cuando
profetizó santa Genoveva que el feroz Atila no había de arruinar la ciudad de
París, ni entrar en ella, muchos ciudadanos temerosos y descreídos querían
quemarla por hechicera. Así tratan los hombres sin fe a los santos; y con todo,
la virtud de los santos es la que conserva el mundo. ¡Ay del mundo, si no hubiese aún en
la tierra almas santas y puras que desarmasen la ira de Dios, y diesen al
Creador la gloria debida! Presto acabaría
el Señor con la raza humana por inútil y perjudicial a los fines de su adorable
providencia. ¿Qué ha de sacar Dios de un mundo de réprobos? ¿No tiene para ellos
un infierno?
Oración: ¡Oh Señor y Dios
santo! Vengan en nuestra ayuda los méritos de tu gloriosa virgen santa
Genoveva, para que gozando por su intercesión de la salud del cuerpo y del
alma, alcancemos con la cooperación de tu gracia, la salvación y la vida eterna.
Por Cristo, Señor nuestro. Amén.
FLOS
SANCTORVM
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