I. La vanidad reina en el mundo; se
quiere figurar o elevarse por sobre los demás. Esta vanidad se manifiesta en
las palabras, en los actos, en las casas, en el vestir, y muy a menudo se la
encuentra aún en las prácticas más santas de la religión. ¡Oh
mundo, cuán henchido estás de orgullo! Se ve claramente que Satanás es
tu señor y que Jesucristo está ausente de tus máximas y de tus acciones. ¿Se
pueden amar los vanos honores considerando a Dios que nace desconocido y que
muere oprobiosamente en una cruz?
II. La voluptuosidad es un vicio tan
común en el mundo, que parece que la mayoría de las profesiones que se ejercen
en él no tienen otro objeto que el de satisfacerla. Inficiona todas las edades,
todos los sexos, todas las condiciones. ¿Cómo
resistir a esta corrupción universal? ¡Ah! más bien huye lo antes posible; retírate de Sodoma, no suceda que te
veas envuelto en su ruina. Si no puedes abandonar el mundo, declara sin
embargo que eres enemigo del mundo y de sus placeres.
III. La
sed de riquezas es el tirano del mundo; por él trabájase noche y día,
sacrifícase la tranquilidad, el honor, la salud, la vida, la salvación. En una
palabra, el
oro es el dios del mundo; empero, para
entrar al cielo es menester ser pobre, si no de hecho por lo menos por el desasimiento
de las riquezas. ¿Qué amor tienes por la pobreza,
que Jesucristo amó tanto?
“Considera como cruz lo que el mundo ama, y adhiérete con
toda la fuerza de tu amor a lo que el mundo considera como cruz” (San Bernardo).
La huida de las tentaciones.
Orad por vuestros superiores eclesiásticos.
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